Mi afición por las palabras es como la de un sicópata matar, los dos cuidamos el más mínimo detalle. Las manchas de tinta en el papel o las de sangre en la ropa, las huellas de nuestros dedos en el folio, en el escritorio o en el cuello de aquella belleza nórdica de dieciséis años recién cumplidos.
Levanté la mirada por un momento antes de que aquella mujer fría, rígida y de piel áspera rodeara mi cuello con su alargado brazo. Hacía ya tres semanas que nadie me acompañaba en aquella sombría habitación, pero mi mente, mi dañina mente, como todos la llamaban, ya requería dichas presencias.