¿somos libres?

¿somos libres?

    Entendemos la ‘libertad’ como un concepto a través del cual todos somos libres. Apreciamos el ser libres como la capacidad de obrar de una u otra manera, siendo nosotros mismos quienes decidimos qué hacer en cada momento. Claro está, en un esquema solitario, donde una sola persona convive con ella misma, no existe ningún problema en establecer límites a dicha libertad. Si el que se gobierna a sí mismo no tiene que responder ante ninguna entidad externa, a tal individuo, podríamos considerarlo ‘libre’ en su grado máximo, en el sentido de que puede decidir sobre su destino atendiendo simplemente a sus razones. Pero ¿realmente esto es así?

 

 

    La situación de que una persona sea dueña de su destino no se da ni se ha dado nunca. Para empezar, somos esclavos de nuestra propia intuición, de nuestros sentimientos. Si yo voy andando por la calle, por ejemplo, y veo acercarse a un perro, de un tamaño considerable y en actitud agresiva, siento miedo. No ha sido mi intención asustarme en ningún momento, pero aún así he sentido miedo, ¿por qué? ¿Soy dueño de mí mismo, o es mi cerebro el que marca la pauta a seguir?

 

    Si nos manifestamos de acuerdo a la anterior reflexión, cabría imponer un interesante debate acerca de la existencia del libre albedrío. En tal caso, habría que tener en cuenta que la Libertad no existe en nuestro mundo. Vendría a ser una «idea» perteneciente a las teorías formalistas desarrolladas por Platón. La Libertad no se ha manifestado ahora ni nunca. Ninguno somos libres, en todo caso, unos lo somos más que otros. De esta manera, solo la idea de Libertad es libre en su grado máximo.

 

    Ahora bien, dentro de esta conjura en la que nos vemos inmiscuidos sin quererlo, y aceptando que nuestro destino no está en nuestra manos, como algunos nos quieren hacer creer, debemos preguntarnos si hay asuntos sobre los que realmente podemos decidir. También cabe preguntarnos ¿qué es lo que hace a un sujeto más libre que a otro y por qué?

 

    Probablemente, las dos causas principales que han coaccionado al ser humano en pos de su pérdida de la libertad, han sido el dinero y la religión. A nivel histórico, no hay que ser un experto para recoger diversos hechos de esta índole. Se han llevado a cabo transformaciones masivas de seres humanos libres a personas esclavas. Hoy día, cansados como estamos de conocer tantos casos de corrupción a niveles económicos, que la mayoría de nosotros no podemos ni conjeturar (algunos hablan de millones como en la calle se habla de unos pocos euros), más de una vez habremos escuchado a alguien insinuar: «Hombre, si yo hubiese estado en la situación de tal corrupto, y hubiese podido aprovecharme lo habría hecho también».

 

    Esta actitud es un claro ejemplo del individuo cuyo destino está sujeto al dinero (el esclavo económico). Lo peor de todo es que ellos entienden que debe ser así, y al que habla en su contra lo tachan de hipócrita, porque, supuestamente, el poder y el dinero nos subyugan a todos de la misma manera. Como causa de esto, se pierde interés en la política, ya que es imposible imaginarse a un gobernante que pueda llevar a cabo su papel sin lucrarse indebidamente. No hay persona justa en este mundo, y por lo tanto, puedo justificar mis malas acciones entendiendo que cualquiera en mi posición haría lo mismo que yo. 

 

    Algunos entienden que la libertad hoy día es sinónimo del nivel económico personal. Esto es, si yo tengo más dinero, puedo acceder a mayores bienes, por lo tanto, puedo disfrutar más. Puedo ir a cualquier parte del mundo en cualquier momento, porque puedo costeármelo (incluso puedo orbitar alrededor de la Tierra, mientras disfruto de las vistas con una copa de champán en la mano). El problema es que la persona que piensa así, no se da cuenta de que, realmente, es el dinero quien gobierna su vida. El dinero puede transformarnos y obligarnos a hacer cosas que van en contra de nuestra ética y nunca nos habríamos planteado anteriormente. La cuestión es cómo hacer frente al gobierno del dinero sobre la inteligencia. Thoreau lo exponía de forma contundente en pocas palabras: «Si yo pudiera disponer de la riqueza de todos los mundos levantando un dedo, no pagaría semejante precio por ella» (2012, 60).

 

    Básicamente, estamos ante una cuestión de voluntad, de entender que la libertad es rendir cuentas a cuantas menos entidades externas mejor. Al fin y al cabo, la dependencia tiene un precio y, claro está, el coste de ese precio es lo que hace ricos a los ricos, y pobres a los pobres.

 

    Pero, realmente, éste no es un problema actual (aunque goce de actualidad), sino que ha acompañado al hombre desde el principio de los tiempos. Si una persona no posee nada, no tendrá necesidad de defender nada, no tendrá la obligación de preocuparse por nada, por lo tanto, su grado de libertad será mayor que el que posee muchas cosas. La posesión implica el mantenimiento y cuidado de lo que se posee, lo cual necesita tiempo. Somos nosotros los que debemos decidir si merece la pena invertir ese tiempo en unas cosas u otras. Quizás ahí radique nuestra austera libertad.

 

    En este ambiente, merece la pena recordar la anécdota del cínico Diógenes y Alejandro Magno: «En las afueras de Corinto, Alejandro se encontró con Diógenes el Cínico, quien tenía por entonces más de 70 años. Éste se hallaba tomando el sol fuera de su tonel, en el momento del encuentro. Se cuenta que Alejandro le preguntó si deseaba algún favor de él. Diógenes contempló al joven que era el hombre más poderoso de Grecia y le ladró: “Sí. No me tapes el sol”. Así lo hizo Alejandro, y reconociendo el poder de la independencia completa, exclamó: “Si no fuera Alejandro, quisiera ser Diógenes”» (Asimov, 266).

 

    Todos recordamos la figura de Alejandro Magno como la de un ser humano sobresaliente, capaz de llevar a cabo proyectos extraordinarios. Pero, ¿quién fue más feliz, Diógenes, quien se contentaba con vivir en un tonel y buscar comida donde la había, o Alejandro, cuyo ego lo llevó a conquistar lo inimaginable por entonces? Cuando la ambición de un hombre se apodera de su conciencia, le lleva a querer más y más, suponiendo que la meta próxima va a proporcionarle un inusual sentido del bienestar, pero no es así, tras alcanzar dicho objetivo estaremos pensando en el siguiente, y así de forma indefinida.

 

    Por lo tanto, debemos considerar seriamente los caminos que tenemos de llegar a la felicidad. El sistema actual plantea un escenario similar al de Alejandro Magno, donde la conquista (o el consumo) debe ser constante, porque dicha actitud es la correcta en cuanto a la formula del bienestar. Pero esta manera de proceder, puede repercutir en nosotros de una forma mucho más negativa que positiva. Solo tenemos que mirar a nuestro alrededor.

 

    Para concluir, tengo que añadir que, probablemente, todo lo que acabo de exponer se encuentre bastante lejos de la verdad o, al menos, tan alejado de la verdad como la opinión del resto de personas que piensen cualquier cosa diferente a mis ideas. De hecho, no sé a ciencia cierta si son “mis ideas” las que acabo de exponer, y si he sido yo, libremente, quien las ha escogido sobre otras muchas igualmente válidas. Probablemente todos y ninguno llevemos razón, por lo tanto todo da igual. «Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera y en destinarnos por sendas diferentes al mismo fin: la muerte» (Cela, 2005, 25).

 

    ¿Somos libres?

 

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Pies de foto:


[Imagen principal] Sara Andújar (2014) ¿Somos libres?

 


Bibliografía:


Asimov, I. (2012) Los griegos: Una gran aventura. Madrid: Alianza editorial, S. A.

 

Cela, C. J. (2005) La familia de Pascual Duarte. Barcelona: Destino.

Thoreau, H. D. (2012) La desobediencia civil y otros escritos. Madrid: Alianza editorial, S. A.

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Comentarios
[01 jun 2014 13:26] Lole Franco escribió:
Muy buen editorial. Me ha hecho recordar la entrevista de Jordi Évole a José Mujica y esta frase: "Cuando tú compras algo, el instrumento es el dinero, pero en realidad estás comprando con el tiempo de tu vida. La cosa más grande que tienes es que estás vivo". Os la recomiendo a los que no la hayáis visto.
[01 jun 2014 18:08] Miguel Dávila escribió:
"No hay persona justa en este mundo, y por lo tanto, puedo justificar mis malas acciones entendiendo que cualquiera en mi posición haría lo mismo que yo."
Frase demoledora, y tan acertada que ya no sé si da miedo o ganas de "diogenizarse" un buen rato.