Hippocampus

Hippocampus

    Hay una imagen, creada en algún momento del pasado, por nuestra imaginación, que siempre permanece ahí. Como el fotograma superviviente de una película velada, sin un comienzo ni un final. Inmóvil y enquistado. Incapaz de hacerse preguntas; incapaz de hallar respuestas. Ajeno a la razón y los caminos de arena que recorre la conciencia.

 

    Siempre que pienso en la lengua y la comunicación, desarchivo de mi memoria el dibujo de un árbol. Tal vez usted crea que es una incoherencia, pero todo tiene que ver con aquello del significante y el significado. Veo escrita la palabra «árbol» y vuelvo a la vieja clase de primaria donde me enseñaron a imaginar un robusto y bien plantado roble que hunde con firmeza sus raíces en la tierra y se alza hacia el cielo azul, como queriendo alcanzar alguna estrella, como esperando rozar las nubes con sus ramas. Me refiero pues, a las palabras y las cosas que nos transportan a una idea. Ideas que no son más que sombras de una realidad, a veces inabarcable. Ideas que alguien nos educó a encajar en un lugar preciso, para un momento preciso. Ideas yertas que jamás serán verdades, pero se convertirán en prejuicios.

 

    El hippocampus es el caballito de mar. Leo este último nombre e imagino al dulce animalillo buceando por las profundidades del océano, saludando (si pudiese) a sus vecinos, tarareando (si pudiese) alguna canción, jovial, alegre e inocente. Tal vez porque alguien me inculcó que era de ese modo, alguien como un profesor, mi madre o Walt Disney se empeñó en hacerme creer que aquel animal era todo bondad. Pero, con el tiempo y la duda acabé por descubrir que estaba ante un depredador, de pequeños invertebrados, pero, al fin y al cabo, depredador como el tigre o el león. Quiero decir con esto, que no siempre las imágenes que creamos en nuestra cabeza acerca de todas las cosas, son las correctas. Que mueren más personas al año por culpa de un mosquito, que de un tiburón. Y que lo que ayer era claro, hoy puede tornar a oscuro.

 

    Sólo hace falta echar un vistazo a nuestro alrededor, para darnos cuenta de que pasamos más de la mitad de nuestro tiempo prejuzgando. No sé si porque es más fácil sentenciar que comprobar. Pero ponemos etiquetas a las cosas y, del mismo modo, lo hacemos con las personas, rebajándolas a la insignificancia de un ente sin vida, sin alma y sin corazón. Hemos perdido el afán por descubrir, que con tanta intensidad vivimos en nuestra infancia. Hemos decretado que una sola imagen pueda definir nuestras capacidades y nuestro valor como seres humanos. Hemos decidido deshumanizarnos.

 

    Y si hay que buscar alguna excusa, yo propongo mayo como meta para desnudarnos de todas esas imágenes previas que hemos impuesto al mundo, a las cosas y a las personas. Desaprendamos, exploremos y volvámonos a sorprender como hace tiempo hicimos, antes de que alguien nos enseñara qué debíamos creer.


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Pies de foto:


    [Imagen principal] Chema Peral (2015).

 

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