El 20-D se acerca. En el horizonte dos caminos: el de lo conocido, lo viejo; y el de lo nuevo, el cambio. Pero existe realmente el cambio o ese cambio consiste en cambiar algunas cosas para que en realidad nada cambie. Aquí mi reflexión para estos días. Cada uno que extraiga sus propias conclusiones.
Por eso llega Septiembre y hay que preparar la casa para el invierno. Como algo ci?clico. Como un ritual.
Mi infancia son recuerdos de un patio con macetas, de un colegio religioso y una calle tranquila, nidal de voces infantiles. Mis veranos, una travesía entre olivos y aguas, azules y cristalinas, de mares dulces bajo un sol impío. Y en el hueco que separa mis pueriles realidades, junio se levanta como amapola roja, hinchada de furiosa pasión, abriéndose camino entre trigales de ceniza dorada.
Igual que en la fenomenología más trascendental, hemos de recordar que no es más que el reflejo rebotado lo que percibimos, determinado incluso por el rango de ondas que nuestro ojo es capaz de apreciar.
Érase una vez una historia que pasaba de boca en boca y no se transformaba, que pasaba de página en página y por mucho que cambiase el color de la hoja impresa, incluso por mucho que cambiase la composición de la tinta o el ánimo de su editor, no variaba su significado.
¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? Sea como sea, siempre será mejor hacerlo con una buena merienda mientras disfrutamos del espectáculo.
O la generación perdida. Esa a la que se le acusa y se le señala con el dedo desde tiempos inmemoriales. O bueno, más bien desde finales de los noventa.