Espere su turno por favor
Y eso hago yo. Mantenerme detrás de la línea roja que nos separa de la espera y de la llegada a cualquier parte.
Pacientemente espero mi momento, o los momentos y mientras hago cola en el Banco Popular, y mientras observo los cogotes de todos los que tengo delante, me doy cuenta de que desde que maduramos, nos pasamos la vida esperando.
Cuando eres niño, eres sabio sin saberlo. No esperas, no temes, solo vives. Pero creces y empiezas a enfocar la existencia hacia algún sitio que ni conoces. Algunas cosas llegan, otras no. Y el camino está ahí lleno de recodos y de salones de té donde sentarse a respirar la vida.
«El peor enemigo del ser humano es la incertidumbre» me dijo ayer una amiga, y es cierto, ése y el miedo, que suelen ir de la mano. Somos tan vulnerables, que la palabra esperar de espera debería despojarse de esa acepción. Sin embargo, esperar de esperanza es distinto, una especie de placebo necesario para sobrevivir.
Ahora espero y espero, a que se resuelvan las cosas, que mejoren, que lleguen, que se disfruten, que se vivan y que se olviden. Temo perderme por el camino mientras se cumplen las fechas y vencen los plazos. Quiero aferrarme a la vida como cuando era pequeña y jugaba sin parar, con las rodillas ensangrentadas y el pelo revuelto como una pequeña desquiciada y que solo miraba su reloj Casio para ver si había llegado la hora del bocata de Nocilla.
Aceptar, esperar, desdramatizar, amar, ser fuertes, el camino tiene sus durezas y sus maravillas. Es un proceso continuo de aprendizaje que nos va haciendo fuertes.
Ahora necesito parar, respirar y tomar otro café.
__________
Pies de foto:
[Imagen principal] Silvia García (2012).
Volver al número actual