Chernobyl, 'anno zero'
En un lapso temporal de apenas 25 años, dos grandes accidentes nucleares han puesto al planeta al borde del holocausto nuclear, las consecuencias y la verdadera magnitud de los desastres de Chernóbil y Fukushima no están claros aún, el tiempo dirá.
A 110 kilómetros al norte de Kiev se encuentra la central eléctrica nuclear memorial Vladímir Ilich Lenin, tristemente conocida por el accidente nuclear que allí se originó y que afectó principalmente a Bielorrusia, Ucrania y Rusia. En la madrugada del 26 de abril, se llevaron a cabo unas pruebas de seguridad en la planta. El objetivo era comprobar que se podía mantener los niveles adecuados de refrigeración en los reactores en caso de sufrir un corte en el suministro eléctrico. Por una serie de errores, el núcleo del reactor número 4 se sobrecalentó debido a un aumento inesperado de potencia. Los técnicos, atónitos, no pudieron hacer nada para evitar lo inevitable y dentro se empezó a formar una nube de hidrógeno. Se alcanzó tal presión que las 1.200 toneladas del techo del reactor saltaron por los aíres y rápidamente todo el bloque 4 estaba en llamas. La radiación liberada fue 500 veces superior a la provocada por «Little Boy» en Hiroshima.
En los primeros momentos, los bomberos consiguieron atajar el incendio superficial y lograron que no se extendiera al resto de las instalaciones de la central, pero en el núcleo ardía el mismísimo infierno, se empezó a formar un magma radiactivo, compuesto por uranio, grafito y otros combustibles; la temperatura rondaba los 3.000º centígrados.
La noticia llegó a Moscú a las pocas horas y la maquinaria soviética, con Mijaíl Gorvachov a la cabeza, se puso en marcha. La primera medida que tomaron las autoridades fue repartir pastillas de yodo entre los habitantes de Prípiat y Chernóbil, esto se hace para saturar la glándula tiroides con este halógeno, y al no poder recibir más cantidad del mismo, prevenir la aparición de cáncer tiroideo, muy común cuando hay grandes niveles radiación. Aun así, las mediciones arrojaban unos niveles aterradores. Aproximadamente, a las 30 horas de la explosión, las autoridades tuvieron que tomar la decisión de alejar a los civiles urgentemente de la central y el Ejército Rojo comunicó a la población de estas dos ciudades que debían abandonar sus domicilios. La comitiva de evacuación estuvo compuesta por 2.800 autobuses, un viaje en el que no había billete de vuelta.
«La radiación liberada fue 500 veces superior a la provocada por «Little Boy» en Hiroshima».
Por todo el continente europeo se extendió, rápidamente, una nube radiactiva que hizo temblar a la comunidad internacional (salvo a Francia, donde dijeron que no tenían constancia de tal hecho, pese a que las alarmas se activaron en Reino Unido). El enemigo estaba ahí afuera, si, pero era invisible y letal. La URSS reunió a todos sus expertos en energía nuclear y para acabar con las emisiones radiactivas a la atmósfera se arrojó acido bórico y arena en grandes cantidades al hueco que una vez ocupó el reactor 4, pero esto no consiguió acabar con el problema y la temperatura y la radioactividad se mantenían en niveles preocupantes. Se optó por plomo, y toneladas de este metal fueron arrojadas, esto si consiguió aplacar el averno y absorber gran parte de la radioactividad. Pero surgió otro problema, durante las primeras horas del incendio, se intentó sofocarlo con los medios convencionales, pero este fuego era distinto, y bajo el reactor se había formado una balsa de agua. Los expertos rápidamente advirtieron el problema: si el magma nuclear quebraba el hormigón y entraba en contacto con el agua, la explosión sería brutal, mucho más dañina que la ocurrida el 26 de abril, y según sus deducciones, la onda expansiva arrasaría todo a su paso llegando incluso hasta Minsk, a 320 kilómetros de allí. Las zonas no destruidas por la explosión serían inhabitables por la radiación, es decir toda Europa.
Primero se drenó el agua del subsuelo de la central y, para evitar males mayores, la Madre Patria llamó a 10.000 mineros de todas las repúblicas socialistas que, sin descanso, cavaron 13 metros de túnel al día, hasta un total de 150 metros bajo la central, el objetivo era claro: afianzar el terreno e instalar un sistema de refrigeración, aunque finalmente se rellenó de hormigón. Casi un 1/4 de estas personas ha fallecido a día de hoy con una media de 45 años de edad, el resto de los supervivientes sufre graves enfermedades.
La operación pasó a la siguiente fase, en la que se construyó un enorme sarcófago de hormigón y plomo para cubrir el reactor número 4. La empresa fue complicada y debido a los niveles de radioactividad, el tiempo máximo que podía pasar en el lugar una persona era de 2 a 3 minutos, 40 segundos en las zonas más afectadas. Estas personas se llamaron «liquidadores». Para protegerse cubrían las partes más delicadas de su cuerpo con láminas de plomo que, normalmente, suponían unos 30 kilos de peso extra, pero igualmente la radiación consumía a estas personas por dentro, quienes pese al poco tiempo de exposición sufrían fortísimas diarreas y vómitos.
«No hay datos certeros ni oficiales sobre las víctimas reales, ni los casos de cáncer, principalmente de tiroides, ni las malformaciones entre los niños que han nacido en las zonas afectadas…»
El contingente movilizado ascendió a 600.000 personas, quienes realizaron tareas de limpieza, día y noche durante las 206 largas jornadas que duraron las obras de construcción del féretro. El perímetro de seguridad se amplió a 30 kilómetros, donde todas las casas fueron derruidas y los escombros enterrados, quedando únicamente en píe las ciudades fantasma de Chernóbil y Prípiat para mostrar al mundo el horror que se generó aquel 26 de abril. Para evitar males mayores, personal armado se adentró en los bosques para acabar con todos los animales y evitar así que la radioactividad adherida a su pelaje se extendiera fuera de la zona.
Las personas que fallecieron en el momento de la explosión fueron 31. Más allá, no hay datos certeros ni oficiales sobre las víctimas reales, ni los casos de cáncer, principalmente de tiroides, ni las malformaciones entre los niños que han nacido en las zonas afectadas… Lo único seguro es que este mes de abril se cumplen 28 años del desastre y en el lugar de los hechos se está construyendo un nuevo sarcófago, ya que la vida útil del primero se estimó en 30 años y parece que los cálculos fueron fundados y acertados —en 2013, una parte del tejado se hundió—. Por cierto, las obras van con retraso.
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Pies de foto:
[Imagen principal] Igor Kostin (1986) Los restos del reactor número 4, desde la azotea del reactor número 3.
[Segunda imagen] Igos Kostin (1986) Un liquidador moviendo un carrito contaminado por partículas radiactivas en Prípiat.
[Tercera imagen] Igos Kostin (1986) Liquidadores vistiendosé con láminas de plomo.
Por Simón Rodríguez, 24 mar 2014, en Cultura.