¿Un mundo feliz?
LITERATURA

¿Un mundo feliz?

    En la sociedad de Un mundo feliz, los individuos son condicionados desde antes de nacer para pertenecer a una clase social u otra. En este artículo analizamos las similitudes entre la civilización creada por Aldous Huxley y la nuestra. ¿Te atreves?

 


    Decía Aldous Huxley en su nuevo prólogo a Un mundo feliz que: «Desde luego, no hay razón alguna para que el nuevo totalitarismo se parezca al antiguo. El Gobierno, por medio de porras y piquetes de ejecución, hambre artificialmente provocada, encarcelamientos en masa y deportación también en masa no es solamente inhumano (a nadie, hoy día, le importa demasiado este hecho); se ha comprobado que es ineficaz, y en una época de tecnología avanzada la ineficacia es un pecado contra el Espíritu Santo. Un Estado totalitario realmente eficaz sería aquel en el cual los jefes políticos todopoderosos y su ejército de colaboradores pudieran gobernar una población de esclavos sobre los cuales no fuese necesario ejercer coerción alguna por cuanto amarían su servidumbre. Inducirles a amarla es la tarea asignada en los actuales estados totalitarios a los Ministerios de Propaganda, los directores de los periódicos y los maestros de escuela».


    Desde que leí por primera vez este párrafo, me pareció profético, pero si nos paramos a analizar esta obra al completo, nos toparemos con un paralelismo irónico y desesperante de lo que nuestra sociedad es hoy día. Principalmente, si profundizamos en las divisiones sociales que Huxley hace de su civilización, que es lo pretendemos hacer a continuación.


    Huxley, en su novela Un mundo feliz, divide a la población de forma rígida en cinco clases o castas, a las cuales pertenece cada individuo desde antes de nacer (ya que son incubados con unas características y unas condiciones ambientales diferentes dependiendo del grupo al que vayan a pertenecer) y hasta que muere, de manera invariable. No existe la posibilidad de subir o bajar de clase. Por orden descendente nos encontramos:


        -Los Alfa son la clase superior, la élite, la cúspide de la civilización y los encargados de dirigirla.


        -Los Beta engloban a los ciudadanos que realizan tareas administrativas y burocráticas para facilitar el trabajo de los Alfa.


        -Los Gamma serían de alguna forma la clase media, aquellos con unas características físicas y mentales intermedias y que, en consecuencia, realizan labores que requieren un nivel medio-bajo de preparación o responsabilidad.


        -Los Delta y Épsilon formarían el estrato más básico y menospreciado de la civilización, serían los encargados de realizar los trabajos pesados y físicos.


    Para entender mejor estas divisiones, sus implicaciones dentro de la propia novela y su analogía con la realidad actual de las sociedades modernas, he seleccionado un fragmento del capítulo XVI de la obra, en el que John «el Salvaje», un visitante ajeno a esa civilización, se entrevista con Mustafá Mond, interventor mundial y líder supremo de la misma en ese momento.


    John comienza preguntándose: «[…] por qué producen seres como éstos, siendo así que pueden fabricarlos a su gusto en esos espantosos frascos. ¿Por qué, si se puede conseguir, no se limitan a fabricar Alfas-Doble-Más?» en alusión al mayordomo Gamma de Mustafá Mond.


    A lo que Mond le responde jocosamente: «Porque no queremos que nos rebanen el pescuezo […]. Nosotros creemos en la felicidad y la estabilidad. Una sociedad de Alfas no podría menos de ser inestable y desdichada. Imagine una fábrica cuyo personal estuviese constituido íntegramente por Alfas, es decir, por seres individuales no relacionados de modo que sean capaces, dentro de ciertos límites, de elegir y asumir responsabilidad. ¡Imagíneselo! […] Es un absurdo. Un hombre decantado como Alfa, condicionado como Alfa, se volvería loco si tuviera que hacer el trabajo de un semienano Épsilon; o se volvería loco o empezaría a destrozarlo todo. Los Alfas pueden ser socializados totalmente, pero sólo a condición de que se les confíe un trabajo propio de los Alfas. Sólo de un Épsilon puede esperarse que haga sacrificios Épsilon, por la sencilla razón de que para él no son sacrificios; se hallan en la línea de menor resistencia. Su condicionamiento ha tendido unos raíles por los cuales debe correr. No puede evitarlo; está condenado a ello de antemano. Aún después de su decantación permanece dentro de un frasco: un frasco invisible, de fijaciones infantiles y embrionarias. Claro que todos nosotros […] vivimos en el interior de un frasco. Mas para los Alfas, los frascos, relativamente hablando, son enormes. Nosotros sufriríamos horriblemente si fuésemos confinados en un espacio más estrecho. No se puede verter sucedáneo de champaña de las clases altas en los frascos de las castas bajas […]».


        «Para que una sociedad funcione bien tiene que estar bien organizada, es decir tienen que existir los que dominan y los dominados».


    Desde el principio, la respuesta de Mond es toda una declaración de intenciones y esta declaración es extensible totalmente a nuestra sociedad y bien podría haber sido pronunciada por la casta política de nuestro país, sea cual haya sido desde el año 1939. Es evidente, y ahora más que nunca, que en nuestro país existen diferentes clases sociales. Y es evidente también, a poco que hagamos un pequeño esfuerzo de observación y deducción, que los individuos pertenecientes a las diferentes clases sociales de las que hablamos también son sometidos a un condicionamiento desde el momento en el que nacen. Sin ir más lejos nos encontramos con las múltiples reformas de educación de las últimas décadas (LODE, LOGSE, LOCE, LOE, LOMCE), que han resultado en un vaivén de modificaciones estériles y siempre encaminadas a formar ciudadanos dóciles, con un nivel cultural básico y siempre influenciados por la fuerza política dominante en el momento concreto. El resultado de todo esto es fácilmente deducible: la desactivación total de la población civil y de su conciencia de clase; que deriva en el objetivo al que se refiere Mond: una sociedad en la que nadie rebanará el cuello a la clase que los domina y que acatará condiciones y horarios de trabajo totalmente precarios a cambio de un sueldo que apenas les permita subsistir, sin ningún tipo de oposición y sin ocasionar ningún tipo de disturbio. Es por todo esto que el interventor responde con sorna a la pregunta de John, porque como bien dice, para que una sociedad funcione bien tiene que estar bien organizada, es decir tienen que existir los que dominan y los dominados.


    Y continúa: «La población óptima […] es la que se parece a los icebergs: ocho novenas partes por debajo de la línea de flotación, y una novena parte por encima».


    Si echamos la vista atrás unos tres años y nos acordamos de los lemas de movimientos como Occupy Wall Street o 15-M en los que se gritaba en las plazas «We’re the 99%» o lo que es lo mismo «Somos el 99%», tendremos ante nosotros otra vez la, por desgracia, evidente similitud entre la sociedad que Huxley creó para su novela y el mundo real en el que vivimos. Sabemos que somos las ocho novenas partes que se encuentran por debajo de la línea de flotación y sabemos quiénes son la novena parte que se encuentra a flote. Ellos también lo saben, y por si a alguien se le escapaba, al igual que Mond, ellos piensan que debe ser así para que la población y el progreso (como ellos lo entienden) sean óptimos.


    «El Salvaje» que no puede ocultar su perplejidad le inquiere esta vez: «¿Y son felices los que se encuentran por debajo de la línea de flotación? […] ¿A pesar de su horrible trabajo?».


    A lo que el interventor contesta con total tranquilidad: «¿Horrible? A ellos no se lo parece. Al contrario, les gusta. Es ligero, sencillo, infantil. Siete horas y media de trabajo suave, que no agota, y después la ración de soma[1], los juegos, la copulación sin restricciones y el sensorama[2]. ¿Qué más pueden pedir? Sí, ciertamente […] pueden pedir menos horas de trabajo. Y, desde luego, podríamos concedérselo. Técnicamente, sería muy fácil reducir la jornada de los trabajadores de castas inferiores a tres o cuatro horas. Pero ¿serían más felices así? No, no lo serían. El experimento se llevó a cabo hace más de siglo y medio. En toda Irlanda se implantó la jornada de cuatro horas. ¿Cuál fue el resultado? Inquietud y un gran aumento en el consumo de soma; nada más. Aquellas tres horas y media extras de ocio no resultaron, ni mucho menos, una fuente de felicidad; la gente se sentía inducida a tomarse vacaciones para librarse de ellas».


    La pregunta ahora es: ¿Estamos a gusto con nuestro lugar en la escala social (o en el iceberg) y las consecuencias económicas y sociales que de ello se derivan? La respuesta hasta que estalló la burbuja económica, si bien no era patente, parecía evidente: Sí. Estábamos encantados con nuestro trabajo, nadie protestaba. Aunque fuera a base de trabajar doce horas, y en condiciones que rozaban la ilegalidad, esto nos permitía comprarnos una tele de plasma, un coche de alta gama y un chalet con piscina en cualquier pedanía cercana a nuestra ciudad. Eso sí, todo ello gracias a los múltiples créditos que habíamos solicitado para tal fin a diferentes bancos y que ellos nos habían concedido sin ningún tipo de restricción. Eran buenos tiempos, todos éramos felices, incluso había menos divorcios, dato que da que pensar también en la inversión mercantil que supone el matrimonio. Por otro lado, como bien comenta el interventor, reducir las asfixiantes jornadas de trabajo, quizá fuera posible, pero no efectivo. Ello sólo derivaría en tiempo libre en el cual el ciudadano podría armar su mente de cultura y discurrir de forma que en algún momento supusiera una amenaza para el estatus de los privilegiados. Evidentemente, la situación tal y como la acabo de describir se pude resumir en una sola palabra: Capitalismo. Y es precisamente el consumismo, el afán por poseer bienes materiales, y el placer de la adquisición y no el disfrute bien adquirido en sí; el soma de hoy en día. Por suerte, de un tiempo a esta parte, y en consecuencia a las terribles y tristes situaciones a las que nos hemos visto abocados por esta crisis, parece ser que algo está empezando a cambiar en la ciudadanía. Pero aún queda mucho camino.


    Finalmente, durante su entrevista con John «el Salvaje», Mustafá Mond desvela que Bernard Marx, verdadero protagonista de la novela y responsable de la visita de John a esa civilización a la que no pertenece, será enviado a una isla a causa de su disidencia con el régimen. Ante la exasperada reacción de Bernard a causa de la noticia, el interventor comenta: «Cualquiera diría que van a degollarle […]. En realidad, si tuviera un poco de sentido común, comprendería que este castigo es más bien una recompensa. Le enviarán a una isla. Es decir, le enviarán a un lugar donde conocerá al grupo de hombres y mujeres más interesantes que cabe encontrar en el mundo. Todos ellos personas que, por una razón u otra, han adquirido excesiva consciencia de su propia individualidad para poder vivir en comunidad. Todas las personas que no se conforman con la ortodoxia, que tienen ideas propias. En una palabra, personas que son alguien. Casi le envidio […]».


        «Sin disidencia y sin rebeldía las personas de raza negra aún seguirían sentándose en la parte de atrás del autobús en el sur de Estados Unidos, por poner un ejemplo».


    En este último párrafo se pone de manifiesto cuales son las consecuencias de «salirse del rebaño». En el caso del libro, los disidentes son enviados a una isla apartada de la sociedad. En el caso de nuestra sociedad, solo cabe la opción de crearse una coraza lo más gruesa posible contra todo tipo de influencia premeditada y manipuladora y aferrarse a las convicciones propias de la forma más férrea posible. Aunque indudablemente, por la forma en que Mustafá Mond describe esa isla, es imposible que no se nos venga a la cabeza la idea de una cárcel, en la que todos los encarcelados se encuentran allí por su forma de pensar y actuar, que a propósito, son descritos como «el grupo de hombres y mujeres más interesantes que cabe encontrar en el mundo». Y probablemente en esto, Huxley, se encuentre más cerca de la realidad de lo que a simple vista pueda parecer. No habría más que investigar un poco acerca de los miles de presos políticos que existen en numerosas cárceles de diferentes países. Y no podemos olvidar que sin disidencia y sin rebeldía las personas de raza negra aún seguirían sentándose en la parte de atrás del autobús en el sur de Estados Unidos, por poner un ejemplo. Tampoco podemos dejar escapar el detalle de que hasta el propio Mond reconoce que, incluso él preferiría vivir en esa isla si no fuera por el cargo de poder que ocupa, lo que pone de manifiesto el sufrimiento que supone vivir en esa sociedad cuando el acondicionamiento no ha sido tan efectivo como en un principio se pretendía.


    Por último, y para terminar, me gustaría enfatizar el optimismo que se desprende, o del que yo me impregno cuando veo que no todo está perdido. Cuando veo que hay gente que está dispuesta a luchar por conseguir una sociedad mejor y por lo que es suyo. Esa gente, como los trabajadores de la limpieza de la Comunidad de Madrid, o las mareas blancas que han inundado las calles para defender una sanidad justa y de calidad para todos y que han conseguido lo que reclamaban, son los que no tendrían cabida en la sociedad de Un mundo feliz. Serían los desterrados, los que pondrían en jaque a la novena parte que se encuentra por encima de la línea de flotación y los que conseguirían darle la vuelta a ese iceberg. Y ellos son, precisamente, el tipo de ciudadano que más necesitamos hoy día. Por eso, no perderé la oportunidad de hacer un llamamiento a través de estas líneas y, por medio —como viene siendo costumbre en este espacio— de una canción, a la conciencia colectiva, para que despierte del letargo en el que hasta ahora se hallaba y de una vez por todas reclame lo que le pertenece: la dignidad, la justicia y la soberanía. Basta ya de indiferencia, porque como bien dicen los madrileños Somas Cure en «Volverán a por ti» (http://www.youtube.com/watch?v=4aQtFXWRK6g), el noveno corte de su último trabajo Equilibrium: «La lluvia que deba caer, caerá, sin tu permiso. Que tema a la lluvia, comprendo, es normal en un mundo de papel. […] Si cedemos en esto, volverán a por ti, a por más».


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Pies de foto:


[Imagen principal] Chema Peral (2014) ¿Un mundo feliz?

 


Bibliografía:


[1] Soma: Es una droga que los personajes de la novela consumen y con la que curan sus penas. Es una droga aceptada por todo el mundo, incluso está mal visto que alguno de los ciudadanos no la tome ya que todo el mundo toma soma cuando se encuentra deprimido.


[2] Sensorama: Es una especie de cine futurista donde también hay efectos olfativos y táctiles.


HUXLEY, A. (2012). Un mundo feliz. Barcelona: Debols!llo.

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