El monitor
Millones de personas ya han disfrutado de este espectáculo sin igual. Risas, magia y emoción sin igual. No se arrepentirán de pagar los cuatro años de entrada.
Se abre el telón y aparece un monitor de TV con fondo azul.
De repente aparece un señor con barba y un acento un tanto extraño, y comienza a contar chistes. Uno detrás de otro.
Si la imagen estuviera pixelada podría parecer Eugenio, aquel genial humorista, «intérprete de chistes», como él solía decir. Pero no, no es Eugenio.
Este gracioso personaje (el del monitor, no Eugenio) sabe cómo ganarse al público desde el primer momento. Suele comenzar con un chiste para todos los públicos; algo en plan «España tiene, sobre todo, españoles». Genial, sublime. Sólo por eso el espectador ya es consciente de que el dinero que ha pagado por la entrada está bien empleado.
De repente hace un guiño a esa gente un poco despistada, como haciendo ver que él también es humano y comete fallos, diciendo que ni siquiera entiende su propia letra. «Algo verdaderamente notable», comenta entre carcajadas. La risión.
En determinado momento el monitor se apaga y todo queda en silencio durante un instante. Como de la nada, suena una voz en off en la sala que susurra que siempre estará detrás de ti, o delante, o a un lado. Se enciende el monitor de nuevo, y aparece otra vez esta simpática cara, con una media sonrisa de esas que te dejan blando y te provocan ganas de acariciar la piel. Al fin y al cabo, «los seres humanos somos sobre todo personas con alma y sentimientos, y esto es algo muy bonito».
«A veces la mejor decisión es no tomar ninguna decisión, y eso es también una decisión».
Se pone taciturno y se viene abajo, soltando la lágrima, contando al público que en ocasiones lo pasa mal y, demostrando su buen saber a pesar de la tristeza, espeta un «it’s very difficult todo esto». La gente arranca en aplausos. Se identifican con esta persona. Ven en él a un luchador, a un tío que es capaz de sacrificar tres horas a la semana para poder estudiar inglés, teniendo que practicar después en coches y aviones como un cualquiera. Aunque uno viva en el lío, tiene que saber de todo y, cuanto más, mejor.
Tras un bonito espectáculo, llega el momento de marcharse. Las decisiones se toman en el momento de tomarse, aunque a veces la mejor decisión es no tomar ninguna decisión, y eso es también una decisión.
El público se pone en pie y le otorga una merecida ovación, como Dios manda.
Nos da un último consejo antes de marcharse: no hay que creerse lo que sale en los medios, porque todo lo que sale no es cierto, salvo alguna cosa.
Fin de la cita.
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Pies de foto:
[Imagen principal] Agencia EFE (2013).
Por Antonio Ortega, 26 oct 2014, en Historia.