Un refugio para la memoria
ARTE

Un refugio para la memoria

    El acercamiento a la obra de Magdalena Abakanowicz por medio de la tesis defendida por Lacan de que el amor y el deseo no son sino esencia del mito de Narciso que todos llevamos dentro. Un análisis del desnudo del hombre frente a los autoritarismos, contra la destrucción del prójimo como único método de conocimiento de sí mismo y sobre todo, de la importancia de la memoria del dolor y su reconocimiento cómo única manera de comprender lo que somos, hacia dónde nos dirigimos y que la única certeza del hombre, la corporalidad extrema, es lo que nos lleva a aceptar nuestra vulnerabilidad y caducidad vital.

 


    La destrucción es el origen de uno mismo. No es para menos. Theodor Adorno dejó claro que Auschwitz fue el abismo del entusiasmo humano por ser hombres. Donde el arte y la poesía se volvieron oscuros[1]. Esto es lo que encuentro en la obra de Magdalena Abakanowicz, un refugio de violencia controlada que nos muestra el lado más salvaje del ser humano.


    Como las esculturas de Jaume Plensa, la corporeidad extrema nos conduce a una memoria del tempus fugit, del saber que el templo del cuerpo tiene las horas contadas, y que la caída, porque la gravedad es lo que tiene, será dura, en la tierra, y para todos igual.


    Su trabajo es una profunda meditación sobre la condición humana y las obsesiones que ésta lleva implícitas, fijaciones que el hombre ha sabido, para mal, llevar a los extremos que cada día vemos en regímenes totalitarios, guerras fraticidas y batallas que ya no son ni nuestras.


    Pero de igual manera, y en la Historia de la Pintura lo podemos comprobar, desde Matisse y Balthus, Rafael y Miguel Ángel, el cuerpo es a lo que podemos recurrir siempre, cuando queremos mantener despierta nuestra capacidad de asombro ante la coherencia del hombre y su integridad física y emocional.


    Una catarsis aristotélica en toda regla que termina con un profundo sentimiento de desdicha y desencanto, que son a su vez, la tragedia de la Humanidad[2].

 

 

 


    Algo que todos mantenemos en silencio. La Extimité[3] lacaniana para y con nosotros mismos. El rastro de nuestros presentes más tenebrosos. No podemos olvidar que para tener conciencia, Freud ponía como requisito indispensable, el recuerdo y la fotografía de la realidad de la muerte.


    No queda tampoco, en la obra de Abakanowicz, el recurso del lenguaje como vehículo explicativo de todo lo que acontece, porque ni siquiera las palabras nos permiten enfrentarnos a la alegoría de la humanidad esperanzada con la vida.


    De alguna manera, toda la trayectoria artística de esta escultora cuya poética es atemporal y apátrida, su vigencia no tiene límites geográficos ni espaciales, es un viaje a la Grecia Antigua, una necesidad de defensa y representación de lo colectivo, del bien común como medio de reconocimiento individual, la vida y la supervivencia en ella por medio de la comunicación.


        «No queda tampoco, en la obra de Abakanowicz, el recurso del lenguaje como vehículo explicativo de todo lo que acontece, porque ni siquiera las palabras nos permiten enfrentarnos a la alegoría de la humanidad esperanzada con la vida».


    Pero sin duda, no podemos olvidar que todo este esfuerzo por realzar vitalmente la barbarie, y el uso del arte como terapia, está condicionado por su experiencia traumática en la Polonia invadida por los nazis. Todo este universo de figuras humanas, cuerpos fragmentados, mezcla de realidad y sueño, no deja de ser sino el fiel reflejo de la destrucción de la guerra, de la tridimensionalidad de toda acción artística: la del autor, la del espectador y la de la situación histórica que lo ha provocado.


    No hay mejor manera de seguir manteniendo la dignidad tras una guerra que ésta de compartir los valores perdidos del mundo actual, para que sigan vivos, al menos en la memoria colectiva.


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Pies de foto:

 

[Imagen principal] Magdalena Abakanowicz (2005-2006) Agora. Hierro. 106 figures 285-295 x 95-100 x 135-145 cm. Instalación permanente en Grant Park, Chicago. EEUU. 


[Segunda imagen] Magdalena Abakanowicz (1981) Cage. Arpillera, pegamento y madera. 167.6 x 116.8 x 155 cm.



Bibliografía:


[1] Adorno, Theodor W. y Horkheimer, Max. Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos. Trad. Juan José Sánchez. Madrid: Editorial Trotta, 1994. 


[2] Aristóteles, Poética. Traducción de Valentín García Yebra. Madrid, Gredos, 1974 .


[3] Lacan, Jacques, La ética del psicoanálisis ( 1959-1960). Argentina. 1990.  

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Comentarios
Elvira Ramos
Creadora, humanista y nada teórica. Enamorada de Antonin Artaud y de Alejandra Pizarnik. Escribe mentiras para hacerlas realidad, o eso dice.
Fracasar como espectador
Néstor F.Viñeta mensual