La historia de los tres hombres llamados Adolf
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La historia de los tres hombres llamados Adolf

    El argumento del cómic se describe con mucha elocuencia en las primeras líneas de la obra: «Esta es la historia de tres hombres llamados Adolf. Cada uno de ellos vivió una vida diferente a la de los otros dos. Pero los tres estaban ligados por el destino. Ahora que el último Adolf ha muerto, puedo contar su historia para los que vengan después».

 


    Leer el Adolf de Osamu Tezuka es adentrarse en todo un fenómeno de la narración gráfica. A las personas que nos gustan los cómics siempre nos molesta cuando encontramos a personajes, en su mayor parte personas limitadas y con prejuicios, que desacreditan el valor cultural e intelectual que puede aportar el arte de las viñetas. O en los casos más optimistas, descartan tomarlos en serio porque en definitiva: son cosas de niños. Pues bien, Adolf de Tezuka es el ejemplo perfecto para probarles que están bien equivocados. Así como Maus de Spiegelman o From Hell de Alan Moore. Un cómic de esta categoría no tiene nada que envidiar a las películas más dramáticas o a las novelas más impactantes. En el mundo de las artes narrativas: cuando la historia es humana y directa, no importa el formato en que se cuente siempre que se haga bien.

 

 

 


    El argumento del cómic se describe con mucha elocuencia en las primeras líneas de la obra: «Esta es la historia de tres hombres llamados Adolf. Cada uno de ellos vivió una vida diferente a la de los otros dos. Pero los tres estaban ligados por el destino. Ahora que el último Adolf ha muerto, puedo contar su historia para los que vengan después».


        «Este drama bélico nos habla de problemas que serán eternos en la historia del hombre, y por eso constituye un auténtico pilar dentro del mundo del cómic».


    La trama empieza en los XI Juegos Olímpicos, celebrados en Berlín el verano de 1936. Hitler ya llevaba tres años en el poder cuando se celebraron los juegos. Sohei Toge es el personaje que nos introduce en la historia, su hermano ha sido asesinado por la Gestapo por culpa de unos documentos acerca del origen racial de Hitler. Uno de los Adolf que aparecen en la obra es el propio Hitler. Luego está Adolf Kaufmann, hijo de un importante miembro del partido nazi que trabaja en el consulado alemán en Kobe, Japón. Su madre es japonesa, a lo largo de la historia veremos lo que esta mezcla de raza supondrá para su conciencia. Adolf Kamil es un niño judío que vive en Kobe. Sus padres son alemanes que emigraron a Japón para huir del Tercer Reich. Adolf Kamil y Adolf Kaufmann se hacen muy amigos desde niños, pero las cosas cambian cuando el padre de este último obliga a su hijo a abandonar Japón para ingresar en las juventudes hitlerianas.

 

 

 


    Este drama bélico nos habla de problemas que serán eternos en la historia del hombre, y por eso constituye un auténtico pilar dentro del mundo del cómic. A través de los personajes nos encontramos con situaciones donde los prejuicios, el fanatismo, el miedo, la venganza, la ambición, la traición, la superstición, la ignorancia, el valor y el honor imperan en las acciones que se acontecen. Narrado de una forma impecable, el dibujo de Tezuka es preciso, limpio, claro y directo. No hay adornos ni banalidades que distraigan la atención de lo que se está contando. Es un dibujo que se complementa sólidamente con un guión que ya de por sí es fantástico. Si bien es cierto que en la primera parte de la trama utiliza los recursos del thriller para atrapar al lector, conforme avanza la historia Tezuka va teniendo cada vez más una actitud contemplativa acerca del hombre. Un estudio humanista que recuerda a obras del mismísimo Akira Kurosawa. El valor humano que aporta la obra es más que evidente, pero al mismo tiempo aporta un importante valor histórico. No abundan las obras acerca de la Segunda Guerra Mundial que den un punto de vista diferente del occidental. El contexto japonés es esencial para comprender mejor los acontecimientos que implicaron este conflicto global. Alemania, Italia y Japón se unieron bajo una supuesta lucha anticomunista. Sin embargo, bajo poco más estaban de acuerdo estos países. Cada uno miraba por sus propios intereses. Al final lo que estaba claro era la voluntad de anexionarse nuevos territorios, la ambición era luchar por un «nuevo orden» donde el control y el mando incidiera sobre ellos. No hubo estrategia conjunta, los militares japoneses no siguieron a Hitler, de hecho no lo apoyaron cuando invadió la URSS en 1941. Hitler no dijo nada al respecto al gobierno japonés, posiblemente porque consideraba que su raza aria era más que suficiente para derrotar al enemigo rojo.


    Otra cosa interesante de conocer, y que se relata muy bien en Adolf, es que Japón no atacaba a los judíos. Éstos fueron libres en el país nipón, aunque muchos japoneses los miraban con recelo. De todas formas, como comenta Florentino Rodao en el epílogo del libro: «Pero era muy difícil que los pueblos no alemanes compartieran el fanatismo antijudío de Hitler, porque todos ellos también eran despreciados por el dictador alemán. Los japoneses también recibieron en el Mein Kampf calificativos de dudoso gusto. Así, aunque Hitler proclamaba haberles preferido a su lado en su guerra contra los rusos de 1904-1905, también decía que su progreso se debía únicamente a las aportaciones de la raza aria, por lo que, si se contaran, esos adelantos desaparecerían en unos años. Por ello, en lo referente a los judíos, los japoneses compartieron con los nazis poco más que frases retóricas».

 

 

 


    Luego el aporte que da Tezuka al cómic es más que evidente, no por nada lo llaman «el Dios del manga». En su gráfica vemos una facilidad innata para la narración secuencial. Las escenas no podrían estar mejor contadas. Luego el tratamiento que hace de los personajes no sale del todo de la caricatura. Pero sí que le da el suficiente realismo como para tomarlos en serio y al mismo tiempo la suficiente iconicidad como para que el lector pueda identificarse con ellos. El acabado es depurado y al mismo tiempo dinámico, no ocurre como en incontables cómics franco-belgas donde la limpieza acaba resultando en personajes rígidos y acartonados.


    En definitiva, leer Adolf es una experiencia más que enriquecedora. El que quiera conocer lo que un cómic puede ofrecer sólo tiene que adentrarse en este pequeño universo de mil doscientas páginas.


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Pies de foto:


[Todas las imágenes] Osamu Tezuka (2010) Adolf. Editorial Planeta DeAgostini.

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