Patrimonio modificado, ¿patrimonio desvirtuado?
CULTURA

Patrimonio modificado, ¿patrimonio desvirtuado?

    Tras la guerra civil España sufrirá una regresión espectacular en todos los aspectos de la vida y, consecuentemente, también en lo relativo al patrimonio cultural. Los nuevos órganos tendrán un marcado carácter político y sus primeras actuaciones fueron de contenido propagandístico e ideológico.


    Para el Marqués de Lozoya, Director General de Bellas Artes del gobierno de la dictadura, la tarea era «... reanudar el trabajo interrumpido e infundir en él las altas aspiraciones que están en la médula de la España de Franco…» [1].  Se imponen los anticuados conceptos historicistas ya superados durante los años 20 y 30 en España, ahora sustentados sobre un ridículo imperialismo españolista basado en las pasadas glorias de la Reconquista y el imperio español, y una completa integración entre la Iglesia Católica y el Estado franquista. Esos principios impregnaron las intervenciones oficiales de reconstrucción, restauración o rehabilitación del patrimonio histórico en España prácticamente hasta la década de los años setenta del siglo XX.


    Si en la provincia de Jaén la reconstrucción del Santuario de la Virgen de la Cabeza fue la intervención más llamativa, sobre todo por el fuerte contenido simbólico y propagandístico del edificio. En Baeza, durante la primera década de la dictadura, las actuaciones sobre bienes patrimoniales se resumen en algunas obras en la Iglesia del Convento de la Magdalena o en la adecuación como escuela de parte del vetusto palacio de Villareal.

 

    Es entre finales de los años cincuenta y principios de los sesenta cuando se acometen las obras de mayor calado a la vez que se sufren los efectos de transformaciones fruto de las «exigencias de la modernidad» y de una visión, en algunos casos, poco respetuosa de la restauración: se urbanizan la Puerta de Úbeda y el Paseo de la Constitución, se levanta un complejo escolar funcional en la plaza de Santa Clara, en pleno conjunto histórico, se inicia la reordenación de la Plaza de Santa María (que se completará con la restauración de la misma Catedral) y se acomete la remodelación de la Plaza de Los Leones. Lo que quedaba del Colegio y Convento de San Basilio Magno (del último tercio del siglo XVI) se destruye para levantar un nuevo edificio para la Escuela de Artes; y el Ayuntamiento cede a la orden de los Carmelitas el Hospital de la Concepción y su Iglesia, lo que supondrá una fuerte transformación de la manzana con la construcción del Colegio Menor San Juan de la Cruz y el nuevo Mercado de Abastos en ese mismo espacio [2].


        «Un plan que más que restaurar inventó un espacio inexistente originalmente, falsificando la historia y modificando los inmuebles para montar un artificial y simbólico escenario de "grandeza imperial".»


    En casi todas las intervenciones realizadas entre finales de los cincuenta y principios de los ochenta se impondrá una mezcla de desprecio a ciertos valores patrimoniales y de viejos criterios de «restauración estilística» que tienden a la  eliminación de lo considerado de poco valor artístico, la reutilización de elementos procedentes de otros inmuebles, la re-construcción (y, en muchos casos descarada invención) y las reestructuraciones con escaso o nulo criterio histórico.


    La Iglesia de Santa Cruz se reforma completamente y de dicha reforma saldrá una iglesia tardorománica a la que se le añadirá una portada a sus pies que procede de las ruinas de San Juan Bautista. En la actualidad, nos encontramos con la paradoja de que la imagen de Santa Cruz está definida  por una portada que no es suya y que no responde a los cánones constructivos del momento, mientras en los restos de San Juan Bautista (afortunadamente recuperados) se ha tenido que «recordar» su portada. Se compuso una iglesia «más bonita» pero en gran parte falseada e inventada. Un ejemplo de la práctica denominada pastiche y que en Baeza se empleó en bastantes sitios entre los años cincuenta y setenta del siglo XX. De igual forma, la restauración de la Iglesia de El Salvador modifica casi íntegramente en su aspecto interior.


                         

    Otro caso a destacar es el de la reforma paulatina de los soportales, buena parte de cuyas casas típicas fueron modificadas para su adecuación a los nuevos tiempos y a la naciente especulación. Su sabor medieval se fue perdiendo en gran parte, y del característico caserío de la plaza del Mercado (hoy Paseo), ensalzado por Torres Balbás, poco queda [3].

 

    Un buen número de edificios históricos de gran valor se reforman en volúmenes y alturas: el bello Palacio de los Salcedo, alterará su patio de doble arquería de medio punto con una nueva galería superior adintelada que nada tiene que ver con la obra original; al sobrio y elegante edificio de la Alhondiga se le añadirá un cuerpo más, rompiendo gravemente su morfología.


 

    La Plaza de Santa María y la propia Catedral también van a ser objeto de intervenciones. La plaza se urbaniza y remodela y la Catedral sufrirá modificaciones importantes (que ya trataremos en un próximo artículo) que van desde la construcción de una escalinata central en la lonja de entrada hasta la remodelación interior con la eliminación del impresionante coro, desmantelado, desperdigado y definitivamente perdido en el espacio para el que fue creado.

 

La reinvención de la Plaza de los Leones.

 

    Pero el ejemplo más llamativo de esa «moda del pastiche» dominante durante buena parte del franquismo y que ha configurado la imagen actual de parte del patrimonio local, es el de la Plaza de los Leones. Dicha plaza, históricamente conocida como Plaza Baja o de Los Escribanos (desde la construcción del edificio de Las Escribanías), era una prolongación de la Plaza del Mercado (el actual Paseo), situada junto a una de las puertas y entradas más importantes de Baeza (la Puerta de la Azacaya, equivocadamente conocida hoy como de Jaén). Es a principios del siglo XVI cuando adquiere más importancia con la instalación de la Fuente de los Leones, la construcción del Arco de Villalar y el embellecimiento de la propia Puerta, así como con el levantamiento del edificio de las Escribanías, que son los elementos que conforman su identidad actual [4]. Así se mantuvo a lo largo de los  siglos, resistiendo al bullicio y la actividad, la posterior decadencia, el abandono y la desidia, hasta ver peligrar su propia existencia (sobre todo con la ruina y hasta el posible traslado de la Casa del Pópulo o Escribanías, como vimos en el número anterior).

 

    La reordenación iniciada a partir de 1958 y que se alargaría hasta los primeros años sesenta bajo la dirección de Francisco Pons Sorolla, supuso un cambio radical en la configuración de la plaza y una falsificación histórica y urbanística de primer orden.

 

    Se derribó parte del caserío que conectaba con la plaza del Mercado, se cambió la ubicación la Fuente de los Leones (acercándola mucho más a las Escribanías) para adaptarla a una nueva centralidad y se trasladó el sobrio y magnífico edificio de las Carnicerías públicas desde su lugar de origen intramuros. Esos cambios no sólo supusieron una modificación de la estructura de la plaza, además significaron transformaciones importantes para la fachada de las Escribanías (a la que se despojó de la histórica capilla de Ntra. Sra. del Pópulo); para la fuente, que perdió su ubicación en la confluencia de la salida de caminos; y para las Carnicerías, que no sólo serán trasladadas sino que, para adaptar el edificio a esa nueva plaza, se «doblaron» los extremos de la fachada, alterando su personalidad histórica, su fisonomía exterior y su propia naturaleza estructural al perder las dos entradas independientes a diferentes niveles de calle (a la planta superior se entraba por la Calle Atarazanas). Todo un plan que más que restaurar inventó un espacio inexistente originalmente, falsificando la historia y modificando los inmuebles para montar un artificial y simbólico escenario de «grandeza imperial» más acorde con los principios ideológicos del régimen que con la verdad histórica.

 

    Para finalizar, indicar que estas prácticas, hoy inadmisibles, continuaron realizándose muy tardíamente. En ese sentido, la fuente y monumento del Triunfo de la Virgen de la Concepción, levantado en la segunda mitad del siglo XVII en el Ejido, también se trasladó de su enclave original al Paseo en el año 1986, en un claro ejemplo de descontextualización del patrimonio desde parecidos criterios a los expuestos más arriba: el uso y la manipulación del patrimonio como escenografía y escaparate al servicio de un falso «embellecimiento» de determinados espacios considerados más «nobles» y arrebatándoselo a sus lugares de origen.

 

    Concluimos. Es indudable que el patrimonio local vivió un proceso de mejora a lo largo de este periodo en cuanto a su aspecto, conservación y mantenimiento a través de intervenciones de resultados globalmente positivos. Pero también es cierto que buena parte del conjunto y de bienes sufrieron, básicamente entre 1950 y 1980, modificaciones, reformas y transformaciones que, más allá de su adecuación a las necesidades históricas, alteraron su autenticidad, incluso con claros ejemplos de descarada manipulación, a fin  de configurar espacios y edificios más «aparentes» pero mucho menos auténticos y reales históricamente. Podemos asegurar que la mayoría de esas intervenciones hoy se habrían realizado siguiendo criterios más respetuosos con la historia y la autenticidad. Es por ello que, aunque esa imagen forma ya parte de nuestra realidad actual, debemos hacer un esfuerzo por «interpretar» nuestro patrimonio a partir del conocimiento de su propia evolución y de los avatares sufridos a lo largo de la historia. Si no es así corremos el peligro de falsear la realidad histórica con lo que eso supone de manipulación de la memoria colectiva.


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Pies de foto:


    [Imagen principal] Izq., Domingo López, 1882. Der., Postal Ed. Arribas, década de 1960.


    [Segunda imagen] Fotografias de Santa Cruz: Izq., Cristóbal Cruz, década de 1950. Der., Antonio Ortega, 2014.


    [Tercera imagen] Fotografía Fachada de la Alhondiga: izq. Luis Lladó, (1921) en Don Lope de Sosa, 1923. Der. Antonio Ortega, 2014.


    [Cuarta imagen] Fotografias Pza. de Los Leones: izq., F. Baras, primer tercio s. XX. Der. Antonio Ortega, 2014.


    [Quinta imagen] Fotografías Puerta de Villalar: Izquierda, Roisin, 1929. Derecha, Antonio Ortega, 2014.

 

Notas al pie:


    [1] MARQUÉS DE LOZOYA: Editorial de la revista Archivo Español de Arte, nº 1, julio 1940.

 

    [2] CASUSO QUESADA, R: «Arquitectura y restauración monumental (1917-2003)»,  pg. 343 a 346. En Baeza histórica y monumental.  M. MORAL (coord.) Diputación de Jaén-Ayuntamiento de Baeza. Baeza, 2010.

 

    [3] TORRES BALBÁS, L. «La vivienda popular en España». En Folklore y costumbres de España. T. III. Edición 1933.

 

    [4] CRUZ CABRERA, J. P.: Patrimonio arquitectónico y urbano en Baeza. Universidad de Granada, 1999.          

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Comentarios
[05 ene 2015 20:53] Miguel Ángel escribió:
Gracias a personas como tú, Antonio, y a vuestras investigaciones, podemos comprobar en un simple artículo, de forma clara y sencilla, las barbaridades que se han hecho en este país, no hace tanto tiempo atrás. Vamos a ser buenos y a pensar que las personas que dispusieron todo para que las cosas se ejecutaran de esa manera, actuaban de buena fe, porque, probablemente pensarían que estaban haciendo un favor al urbanismo de la ciudad. En cualquier caso, es evidente que el patrimonio nos pertenece a todos, y no podemos hablar de justicia si una persona —o varias—, lo transforma y mangonea a su antojo, aunque su actuación esté guiada por la «buena fe». La cuestión del patrimonio modificado es bastante compleja y se merece un debate intenso, sin embargo, hay algo que aquí no está escrito y sin embargo puede leerse entre líneas: ¿Si no podemos fiarnos del patrimonio, que es algo que, al fin y al cabo, podemos ver y tocar, cómo podemos confiar en las líneas escritas y los acontecimientos que se esconden detrás? ¿Cuánta verdad y cuánta mentira existe en nuestros libros de historia?
[07 ene 2015 09:12] Antonio escribió:
Querido Miguel Angel: todo cambia y todo evoluciona, también los conceptos y las maneras de intervenir (o no) sobre el patrimonio. Planteas cuestiones peliagudas difíciles de responder, pero partes de una verdad que debería ser aceptada como principio (y en realidad no es así): el patrimonio es de todos, es una construcción social, y a todos debe ser útil. Es cierto, en algunos casos existe esa buena intención cuando se interviene, pero siempre hay se responde a gustos, modas y, por tanto, a criterios ideológicos (se sea o no consciente de ello). En algunos casos esa intencionalidad es manifiesta y consciente, incluso manipuladora. Otra cosa es que la sociedad en su conjunto también actúa valorando o no ciertas cosas, dejando que desaparezcan o incluso haciendo que desaparezcan determinados bienes, defendiendo o no partes de cu cultura. Y ahí intervienen también los intereses económicos, etc. Finalmente, es evidente que el presente es consecuencia del pasado y que muchas veces desconocemos ese pasado, por lo que en gran parte no somos conscientes de nuestro presente. Sí, hay muchas mentiras en los libros de historia (también en los Telediarios), y más que mentiras, hay "selecciones" por un lado y "olvidos" por otro (también en los Telediarios). Por eso, siempre hay que dudar de lo evidente, investigar y buscar.
Antonio Ortega
Historiador por convicción, trabajo en la universidad en esas cosas de investigar y formar sobre el patrimonio cultural.
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