La desconfianza se adueñó del barracón de prisioneros
Un campo de prisioneros de guerra nazi en el que todos hacen lo posible por sobrevivir y pasar el tiempo de la mejor manera. Hasta que las cosas se tuercen, las desconfianzas afloran y vivir bien se convierte en el primer síntoma sospechoso. Suspense, humor y la ironía de Wilder para un clásico del cine de prisiones.
«¿Qué problema hay? Yo estoy comerciando. Aquí todos comercian. Quizá yo sea algo tramposo, pero ¿me convierte eso en un colaborador?» (Wilder 1953)
Al referirse a uno de los grandes nombres del cine mundial como Billy Wilder quizá la mayoría del público recuerde en primer lugar algunas de sus geniales comedias, bien sea Con faldas y a lo loco (Some like it hot, 1959), El apartamento (The apartment, 1960) o Irma la Dulce (Irma la Douce, 1961), consideradas de las mejores de todos los tiempos. Pero este cineasta de origen austro-húngaro cuenta en su aclamada carrera con otros títulos mucho más dramáticos que también engrosan las listas de los mejores en su terreno, como Perdición (Double indemnity, 1944) o El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950). Pues bien, Stalag 17 es una mezcla bastante equilibrada de ambas corrientes explotadas por Wilder. Se trata de un drama de trasfondo bélico que trata temas como las apariencias, el heroísmo o la confianza, aunque bajo el particular punto de vista de Wilder y su típico sentido del humor esta película ambientada en un lugar tan serio como un campo de prisioneros de guerra consiguió por momentos una cara más amable.
El guión viene firmado por el propio Wilder y Edwin Blum (en su única colaboración juntos), y es una adaptación de la obra teatral homónima creada por Donald Bevan y Edmund Trzcinski [1], dos veteranos de la Segunda Guerra Mundial que plasmaron en ella sus memorias como prisioneros de guerra en el Stammlager XVII-B, un campo alemán de prisioneros (no confundir con un campo de concentración) que funcionó entre 1940 y 1945 en la localidad austríaca de Gneixendorf, en el actual estado de Baja Austria.
La acción se sitúa por tanto en plena Segunda Guerra Mundial, alrededor de la Navidad de 1944, en el campo de prisioneros Stalag 17, donde conviven cientos de soldados aliados. La trama se centra en uno de sus barracones, en el que se amontonan decenas de sargentos de aviación estadounidenses maquinando (como es lógico) la manera de escapar de allí. De hecho, la película comienza con un plan de huida que parece infalible, pero la evasión acaba con la muerte de los dos fugitivos poco más allá de las alambradas del campo. El ambiente se llena de tristeza y perplejidad en el barracón, puesto que los prisioneros no se explican cómo ha podido suceder tal desastre y cómo es posible que los alemanes conocieran los detalles de su plan. Más aún, otros secretos del barracón empiezan a ser descubiertas de forma sorprendente, por lo que la perplejidad se torna en malestar y en sospechas fundadas de que la situación sólo puede deberse a que hay un traidor entre ellos que está informando a los alemanes. Comienza entonces un vaivén de sentimientos tanto entre los prisioneros como con los alemanes, creando un infierno de desconfianzas en el que el egoísta y algo cínico sargento Sefton (interpretado por William Holden) es el principal sospechoso.
La cinta se aleja del género bélico para abrazar el género transversal «de prisiones», exprimiendo la genialidad de Wilder para tratar un drama de estas características mediante un suspense potenciado de principio a fin y un desarrollo narrativo brillante en el que hay suficientes equívocos y las pistas justas para que la atención no decaiga. Pero también hay mucho de su típico humor negro desde el mismo inicio de la cinta, tras los títulos de crédito, cuando una voz en off (perteneciente al personaje conocido como «Cookie») confiesa en un tono sarcástico (marca de la casa Wilder) que no le gustan las películas bélicas, a la vez que se queja de que no se hubiera hecho todavía ninguna sobre prisioneros de guerra [2]. A partir de entonces, el sarcasmo y la ironía son elementos que caracterizan a la gran mayoría de los diálogos, sobre todo en momentos de tensión, ya sea entre los estadounidenses del barracón, o de los prisioneros con sus carceleros, destacando algunas frases memorables en los labios del sargento Sefton, el coronel alemán Schulz o el retorcido comandante del campo de prisioneros von Scherbach. La vida de los prisioneros en el Stalag 17 se presenta como bastante precaria y dura, excepto para Sefton, el especialista en intercambios del barracón, que sobrevive de una forma bastante digna sirviéndose de sus trueques, apuestas y artimañas. La comida es escasa, la ropa está roída, los prisioneros se duchan en los grifos de las letrinas, los registros son continuos, la ayuda de la Cruz Roja es efímera, un prisionero está totalmente trastornado tras ver cómo destrozaban a sus compañeros de avión… Pero el compañerismo y la unión de los prisioneros es la mejor forma de preservar su dignidad y vencer a la adversidad, lo que lleva incluso a algún momento ciertamente emotivo. Wilder no incide demasiado en la miseria de los internos del campo, sino que deja bastante sitio para el humor e incluso se atreve con momentos muy cómicos (algunos incluso cercanos a la comedia física screwball), la mayoría de ellos con los personajes de «Animal» y Shapiro como protagonistas, que sirven de contrapunto para hacer la cinta más amable a base de divertidas imitaciones, sueños imposibles con mujeres, deseos culinarios inalcanzables... Hay quien achaca a esta película precisamente esta «amabilidad» en algunos de sus pasajes y cierta «ligereza», pero es difícil no disculpar de este hecho a Billy Wilder, un judío (nacido Samuel Wilder) que sufrió la barbarie nazi en sus propias carnes al tener que abandonar Alemania en 1933, con la llegada de Hitler al poder, y que perdió a su familia cercana en el Holocausto (su madre y su padrastro murieron en campos de concentración, y su abuela en un gueto). De hecho, el compromiso de Wilder era tan firme que, cuando la Paramount sugirió modificar algunos pasajes de la película para evitar molestar al público alemán, se negó en redondo y decidió abandonar la productora en cuanto hubiera terminado la siguiente película con la que ya tenía contrato firmado (Sabrina, 1954).
En el capítulo visual, hay que destacar la impecable fotografía en blanco y negro de Ernest Laszlo, que permite centrarse en lo que más importa: los personajes, sus rostros, sus interacciones… Y, cómo no, todos los detalles que van «desenrollando» la trama. Las interpretaciones se ven así muy bien acompañadas por las cámaras, destacando por supuesto el papel protagonista de William Holden como el díscolo sargento estadounidense Sefton, un trabajo que le valdría el Oscar al Mejor Actor en el mismo 1953. Resulta curioso pensar en este galardón teniendo en cuenta que se barajaron otros nombres para el papel (dos pesos pesados del momento como Charlton Heston y Kirk Douglas) o que Holden, que había sido solicitado por Wilder tras haberle tenido de protagonista tres años antes en El crepúsculo de los dioses, tuvo que aceptar el papel por imperativo de su contrato con Paramount tras haber intentado, sin éxito (por fortuna para la película), que se suavizara y modificara el componente antipático de su personaje. Entre el resto de actores interpretando personajes estadounidenses puede destacarse a Peter Graves como el sargento Price en uno de sus primeros papeles, el coautor de la obra teatral original Edmund Trzcinski haciendo de sí mismo en un escueto y muy divertido papel, o al dúo Robert Strauss-Harvey Lembeck, que repetían en la película los papeles cómicos que ya habían encarnado en la obra de Broadway (Stanislas «Animal» Kasava y Harry Shapiro, respectivamente). En el bando de los personajes alemanes encontramos dos nombres ilustres: por una parte, el veterano actor alemán Sig Ruman, especialista en papeles caricaturescos, como los que había realizado bajo las órdenes del gran Ernst Lubitsch en Ninotchka (1939) o Ser o no ser (To be or not to be, 1942), que repetía registro con su interpretación del sargento Schulz; y, por otra, el más que convincente papel del retorcido coronel von Scherbach realizado por Otto Preminger, un buen amigo de Wilder que compartía con él el origen austro-húngaro, la experiencia del exilio de Alemania por cuestiones raciales, el haber recibido apoyo de Lubitsch al llegar a Hollywood y una meritoria carrera tras las cámaras [3]. La música de la película corre a cargo de Franz Waxman, otro exiliado del poder nazi por su condición de judío, que llevaría a cabo una prolífica carrera en Hollywood [4] y que ya había trabajado para Wilder tres años antes en El crepúsculo de los dioses. Destaca la inclusión en la banda sonora de la célebre canción tradicional de contenido antibélico When Johnny comes marching home, escrita a mediados del siglo XIX por Patrick Gilmore e inmortalizada durante el transcurso de la Guerra de Secesión Americana (1861-1865), y a la que el cine ha recurrido en numerosas ocasiones, destacando El gran dictador (The great dictator, Charles Chaplin, 1940) o ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, Stanley Kubrick, 1964).
«Conseguía mofarse de forma irónica del régimen nazi, reeditando una práctica que Ernst Lubitsch ya había realizado una década antes con su Ser o no ser».
Wilder conseguía con esta película hacer un drama muy acertado y convincente, lleno de geniales diálogos y de suspense, que ejerció gran influencia (y en algunos casos algo más que eso) en otros títulos del subgénero «de prisiones», y más concretamente del sub-subgénero de «campos de prisioneros de guerra», como el clásico La gran evasión (The great escape, John Sturges, 1963) o la más reciente La guerra de Hart (Hart’s war, Gregory Hoblit, 2002). Además, conseguía mofarse de forma irónica del régimen nazi, reeditando una práctica que Ernst Lubitsch ya había realizado una década antes con su Ser o no ser, hacer del sarcasmo y de la ridiculización de los alemanes algo divertido, pero sin llegar a lo truculento. Para eso ya existían otras películas más «directas» o los documentales de actualidad, en los que el horror de la guerra o del Holocausto no invitaban precisamente al entretenimiento, sino que podrían ser un trago difícil para gente como Wilder, que no sólo tuvo que huir de su hogar por razones absurdas, sino que tuvo que ver cómo su familia sucumbía a una barbarie ciega y totalitaria que segó tantas y tantas vidas hace menos tiempo del que creemos.
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Pies de foto:
[Todas las imágenes] WILDER, B. (director) (1953) Stalag 17 (Largometraje, 115 min.) Estados Unidos: Paramount.
Bibliografía y enlaces de interés:
[1] Representada en Broadway entre 1951 y 1952. Fuente: Internet Broadway Database, recuperado el 24 de marzo de 2014, desde: http://ibdb.com/production.php?id=1944
[2] Evidentemente, el diálogo del personaje busca un efecto inmediato en el espectador y obvia, por ejemplo, un título tan emblemático como La gran ilusión (La grande illussion), película francesa dirigida por Jean Renoir en 1937 y ambientada durante la Primera Guerra Mundial.
[3] Como director, Preminger tiene títulos tan importantes como Laura (1944), El hombre del brazo de oro (The man with the golden arm, 1955), Anatomía de un asesinato (Anatomy of a murder, 1959) o Éxodo (Exodus, 1960).
[4] El listado de películas en que participó Waxman es enorme, pudiendo destacarse La novia de Frankenstein (The bride of Frankenstein, James Whale, 1935), Rebeca (Rebecca, Alfred Hitchcock, 1940) o Un lugar en el sol (A place in the sun, George Stevens, 1951; le valió el Oscar a la Mejor Banda Sonora).
WILDER, B. (director) (1953) Stalag 17 (Largometraje, 115 min.) Estados Unidos: Paramount.
Ficha técnica en IMDb. Recuperado el 24 de marzo de 2014, desde: http://www.imdb.com/title/tt0081398/
Ficha técnica en FilmAffinity. Recuperado el 24 de marzo de 2014, desde: http://www.filmaffinity.com/es/film789039.html
Por Simón Rodríguez, 24 mar 2014, en Cultura.