Boicot a la eñe
CULTURA

Boicot a la eñe

    Un escribano, allá por el siglo XIII, copiaba uno de los muchos manuscritos que pasaban por sus manos cuando pensó que escribiría más rápido si simplificaba algunos grupos de letras que se repetían demasiado. Como no entendía el hecho de que dos grafemas iguales fueran juntos (porque como la mayoría de los copistas no sabía leer y solo se dedicaba a reproducir lo que tenía delante) o simplemente por acabar antes en su ardua tarea, decidió simplificar aquel complejo lenguaje que no entendía sin darse cuenta de que con su gesto acababa de crear la letra eñe.

 

    La implantación de las universidades en Europa hizo que hubiera una demanda creciente de manuscritos. Era época de Alfonso X, el Sabio, y el trabajo de copista estaba en alza porque los que se dedicaban a ello, en su mayoría religiosos, tenían más trabajo del que podían sacar adelante.

 

    El latín y las lenguas romances tenían grupos de letras que no facilitaban la tarea del amanuense. Aquel copista inventor de la eñe se topó con una palabra, quizá fue annus o quizá fue pinnam y pensó: «¿Qué pasaría si en vez de escribir dos enes seguidas pusiera sólo una y sobre la misma otra ene más pequeñita? El resultado sería el mismo, quizá copiaría más rápido, e incluso, a la larga, puedo reducir el gasto de papel.

 

    Este pudo ser el origen de la decimoquinta letra de nuestro actual alfabeto. Quizá fue así como ocurrió o quizá no, porque tampoco los expertos en lingüística se ponen de acuerdo. Unos apuntan a que la virgulilla (que es como se debe nombrar al símbolo que diferencia una eñe de una ene) fue en su origen una letra igual a la que tenía por debajo, de ahí esa ligera ondulación; mientras que otros dicen que era una simple tilde o raya.

 

    Lo que sí parece seguro es que la eñe se creó cuando Hispania aún no era España y, por supuesto, cuando nadie sabía que sería la quinta letra del nombre del país en el que un escribano creó ese grafema.

 

    Unos siglos después apareció Gutenberg y la eñe se reconoció oficialmente cuando los tipos de las imprentas de la época previa a los Reyes Católicos incluyeron aquella letra. Los editores que introdujeron este invento en la Península Ibérica se regían por la misma regla que aquel primer escribano: había que ahorrar.


        «Unos apuntan a que la virgulilla fue en su origen una letra igual a la que tenía por debajo, de ahí esa ligera ondulación; mientras que otros dicen que era una simple tilde o raya».


    Con el paso de los años, se imprimieron innumerables textos, tratados, obras, novelas de caballerías y poemas. Se descubrió un nuevo continente, uno de los escritores más universales escribió el Quijote e incluso existió un Siglo de Oro. En todos estos hitos, de forma discreta, la eñe estuvo presente.

 

    Muchos siglos después, lo que se ahorró con la impresión de aquella virgulilla, tilde, raya o signo, dejó de ser una ventaja para convertirse en un problema. Empezó a serlo cuando a finales del siglo XX la globalización era una palabra que llenaba discursos políticos y la tecnología empezaba a hacer que se hablara de la Sociedad de la Información. La eñe, después de siglos en los que se hizo un hueco en la lengua, después de contar con palabras clave en nuestro vocabulario, después de aparecer, incluso, en el nombre de la tierra patria

del mundo hispanohablante; después de todo eso, era un elemento discordante.

 

    Fue entonces cuando la eñe empezó a ser boicoteada. Sustituida por una barra vertical, una &, un espacio en blanco o una simple ene desprotegida de su escudo de virgulilla.

 

    Momento, además, en el que perdimos un poco de nuestra identidad, la misma que los que tienen un apellido con esta letra perdían en sus pasaportes, porque no es lo mismo apellidarte «Peña» que «Pena» (y créanme, sé de lo que hablo).

 

    Los primeros Erasmus españoles, allá a finales del siglo pasado, se veían obligados a escribir e-mails a sus familiares desde universidades extranjeras en las que los ordenadores no tenían eñe. Y fue entonces cuando se empezó a deshacer lo que muchos siglos antes había hecho un escribano en la soledad de un monasterio. Le decías a tu novio «carinio», le explicabas a tus padres que vivías en una casa «pequenia» pero muy «apaniada», le contabas a tus amigos que habías conseguido un trabajillo cuidando «ninios» y a tu «cuniado», directamente, pasabas de escribirle.


        «La Comunidad Económica Europea apoyó la iniciativa de algunos fabricantes de quitar la letra eñe de los ordenadores. Aquella propuesta suponía dinamitar una de las letras de un alfabeto que usan 360 millones de hispanohablantes».


    A principios de los 90, para evitar aquellos problemas, la Comunidad Económica Europea (que aún no se llamaba Unión Europea) en su esfuerzo por hacernos a todos iguales, apoyó la iniciativa de algunos fabricantes de quitar a partir de ese momento la letra eñe de los ordenadores. Aquella propuesta suponía dinamitar una de las letras de un alfabeto que usan 360 millones de hispanohablantes en todo el mundo, de los que hay que tener en cuenta que un alto porcentaje escribe a diario en este idioma en un ordenador. Pero lo importante era el dinero.

 

    La RAE, en su esfuerzo por limpiar, fijar y dar esplendor, puso el grito en el cielo. Aquello podía suponer un paso atrás en una lengua que había tardado siglos en crearse, además de que no había tippex en el mundo capaz de eliminar todas las virgulillas que se habían escrito, copiado, impreso o escaneado en todos estos siglos, pero el idioma era menos importante que los intereses económicos de unos pocos y la eñe ya había dejado de ser rentable.

 

    Por suerte, el proyecto no salió adelante, quizá porque se empezó a hablar del «Efecto 2000», o porque quitar la eñe de 360 millones de ordenadores es tan difícil como hacer que borremos de nuestro vocabulario una letra que quizá por tal de llevar la contraria, en vez de desaparecer, por aquella época consiguió convertirse en todo un símbolo.

 

    Y todo, recordemos, empezó por un simple escribano que tenía prisa.

 

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Pies de foto:


    [Imagen principal] Chema Peral (2014).

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