Nunca piensas que te va a tocar a ti. Es de esas cosas que siempre has creído que solo le pasa a los demás, pero nunca a ti. Hasta que te pasa. Cada vez hay más gente que lo sufre, conoces más de un caso a tu alrededor, y aunque es cierto que unos han acabado mejor que otros, nunca piensas que va a llegar el momento en el que tú seas una víctima, porque no te engañes, lo eres.
Saber mucho de alguien si analizamos su habla, pero su nivel cultural no se determina por el acento que tenga al expresarse. Existen tantas diferentes formas de pronunciar una palabra casi como número de personas que hablan el idioma al que pertenece el vocablo. Porque a pesar de lo que dictan las reglas fonéticas, no hay una manera oficial de pronunciar las palabras ya que todo el mundo, absolutamente todas las personas, hablan con acento.
La hiperinformación, los dispositivos móviles y las redes sociales han hecho que prime más la inmediatez que la ortografía. Escribir bien parece secundario cuando se puede entender lo escrito, porque erróneamente, está en el imaginario popular que la corrección de estilo es cosa de escritores y periodistas, y los que no lo son se preguntan ¿para qué molestarse en buscar una palabra en el diccionario para escribir un mensaje en twitter?
Desde Babel, los hombres estamos avocados al desentendimiento y el desencuentro. Entonces la traba era que cada uno de los obreros de aquella torre con expectativas de llegar al cielo hablaban idiomas diferentes. Hoy, muchos siglos después de aquella leyenda, personas que hablan el mismo idioma, que aprenden el del vecino, son incapaces de ponerse de acuerdo en construir siquiera los cimientos de una civilización civilizada.
¿Puede una palabra hacer daño? ¿Puede una frase discriminar? ¿Es el diccionario un arma arrojadiza? ¿Hay que erradicar aquellas expresiones que sean políticamente incorrectas? Estas preguntas no son nuevas, el uso del lenguaje siempre ha centrado debates en los que algunos enarbolan la bandera de la Libertad de Expresión y otros se aferran a la necesidad de controlar ciertas palabras.
En un país donde la emigración forzosa, aunque alguna ministra lo eufemice llamándolo 'movilidad exterior', empieza a arrojar datos preocupantes, aprender idiomas se ha convertido en un nuevo deporte nacional que casi todo el mundo practica. Sin embargo, una vez que alguien decide hacer la maleta para marcharse descubre que por más años que haya estudiado, enfrentarse a una lengua diferente a la suya es la primera frontera que debe traspasar.
Hace años que te fuiste a una gran ciudad, a trabajar y a vivir en los huecos que te dejan las obligaciones. Fue entonces cuando tuviste que renunciar a muchas cosas y aprender a convivir con otras. Y aquí, en este lugar tan moderno, tan civilizado, tan urbano y tan contaminado, aprendes a desaprender algunas cosas que son tan de la tierra como las palabras que ya nadie usa con la misma gracia que tus abuelos.
Hay personas que no han conseguido entrar en los libros de historia pero sí lo han hecho en los diccionarios. Quizá no ganaron ninguna guerra ni inventaron nada, no ganaron un prestigioso premio y, por supuesto, no consiguieron ser claves en algún hecho histórico, pero sus apellidos sirvieron para nombrar algo.
Un escribano, allá por el siglo XIII, copiaba uno de los muchos manuscritos que pasaban por sus manos cuando pensó que escribiría más rápido si simplificaba algunos grupos de letras que se repetían demasiado. Como no entendía el hecho de que dos grafemas iguales fueran juntos o por acabar antes en su ardua tarea, decidió simplificar aquel complejo lenguaje que no entendía sin darse cuenta de que con su gesto acababa de crear la letra eñe.