Herir con palabras
SOCIEDAD

Herir con palabras

    ¿Puede una palabra hacer daño? ¿Puede una frase discriminar? ¿Es el diccionario un arma arrojadiza? ¿Hay que erradicar aquellas expresiones que sean políticamente incorrectas? Estas preguntas no son nuevas, el uso del lenguaje siempre ha centrado debates en los que algunos enarbolan la bandera de la Libertad de Expresión y otros se aferran a la necesidad de controlar ciertas palabras.

  
    Justo cuando todo el mundo se echa las manos a la cabeza por la barbarie sufrida en la capital francesa, cuando los representantes de un buen puñado de países desarrollados acaban de encabezar una manifestación en París en defensa de la Liberta de Expresión, y cuando todos parecemos entender que no son las palabras o los dibujos los que matan sino el radicalismo, nos topamos con un caso mucho más mundano en el que de nuevo parece que hay que ponerse a favor o en contra. Nos referimos a las declaraciones de la presidenta del Observatorio de Violencia Doméstica y de Género, Ángeles Carmona, en las que pedía la erradicación de los piropos porque, según ella, suponen una invasión a la intimidad de la mujer.


    Es cierto que en el imaginario popular, cuando hablamos de piropos nos viene a la mente esa escena de las películas del destape en las que Alfredo Landa le suelta a una sueca (que probablemente ni lo entienda) cuatro improperios en mitad de una playa abarrotada de gente. Y así debe ver los piropos Carmona, para quien da igual que el piropo sea bonito, halagador o que la persona que lo reciba se muestre encantada. Ella asegura que esa palabra, frase o refranillo ha invadido la intimidad de la mujer porque un hombre ha comentado públicamente (a veces en un susurro y otras veces a voz en grito) algo de su físico. ¿Pero qué pasa cuando quien hace un comentario de alguien del sexo opuesto es una mujer?


    Hay que pensar antes en la educación que en la erradicación, porque no es más machista un piropo que una mirada lasciva, no es peor un piropo que la diferencia salarial que tienes con tus compañeros varones, ni es peor una palabra que una bofetada. Es cierto que se pueden erradicar los piropos (en el caso de que fuera fácil hacer algo así) y el mundo seguiría rodando, pero quizá la prohibición sea una excusa cuando lo que realmente se quiere (y se debe) erradicar sea la violencia.


        «No es hora de erradicar cualquier forma de expresión cuando se puede educar en que lo que digamos no ofenda a nadie».


    Porque piropo no es sinónimo de halago, igual que no lo es de grosería. No hay piropo malo ni bueno, son solo palabras y es el uso que se hace de ellas, o los gestos que las acompañan y la percepción que el receptor tiene de ellas los que hacen que las mismas sean consideradas apropiadas o no.


    Deberíamos ir al diccionario para saber exactamente qué es un piropo, palabra que según la última edición de la RAE es ese “dicho breve con que se pondera alguna cualidad de alguien, especialmente la belleza de una mujer”, no dice que el mismo tenga que ser en la calle ni en público, ni que quien lo diga sea un desconocido, ni que sea ofensivo para quien lo reciba. ¿Es un piropo entonces la frase con la que tu pareja te dice que hoy estás muy guapa? ¿Es un piropo cuando te dice tu compañera de trabajo que te queda muy bien la falda? ¿Es un piropo que tu jefe te diga que haces un buen trabajo?


    Quizá un piropo no sea la forma de expresión más acertada hoy en día, quizá el propio término está desfasado, pero ningún piropo ha matado a una mujer, como ninguna caricatura de Mahoma ha matado a ningúna persona. No es hora de erradicar cualquier forma de expresión cuando se puede educar en que lo que digamos no ofenda a nadie.


    Porque un piropo puede herir a una mujer del mismo modo que una caricatura de Mahoma le ofende a un musulman. Quizá no estén en el mismo nivel, es cierto, pero la libertad de expresión no tiene grados y en ambos casos siempre tendremos el uso de la palabra para contraatacar.


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Pies de foto


    [Imagen principal] María Ramos (2015).

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