«Cine español» no es un nombre de género
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«Cine español» no es un nombre de género

    Sé que es difícil imaginar un mundo sin etiquetas, estereotipos, clichés o tópicos, yo mismo tengo una relación de amor/odio con ellos y los uso a conveniencia, pero sí es cierto que unos caen, víctimas de su inconsistencia, más fácilmente que otros.

 

    Uno de los tópicos que más odio es el de «cine español» como género, me explico, ¿por qué hay tanta gente que odia el «cine español»? ¡Así!, ¡en general!, como si del terror, la ciencia ficción o la comedia se trataran, cuando, si me apuráis, dentro de los mismos géneros hay subgéneros y películas totalmente diferentes. Por poner un ejemplo Annie Hall (Woody Allen, 1.977) y Dos tontos muy tontos (Peter y Bobby Farrelli, 1.994) se engloban en el mismo género, la comedia... ¿debería desarrollar el ejemplo, o es suficientemente gráfico?

 

    ¿Qué o quién es el culpable de la mala reputación del cine patrio? Se barajan varias teorías: la época del destape hizo mucho daño, tanta teta y tanto pezón sin ton ni son, ¡qué despropósito! Pajares y Esteso en Benidorm tirándole a toda sueca viviente daba muy mala imagen del españolito fino o Paco Martínez Soria como máximo exponente del cateto interior que llevamos dentro y del que queremos desprendernos. Pero, hasta ahora, la teoría más consistente es la de relacionar todo nuestro cine con el de Almodóvar, nada más que maricones, drogas, transexuales, personajes despreciables, cine social y sexo gratuito; la sombra de la dictadura es alargada.

 

    La verdad es que sí, que tanta «casposidad» echa para atrás, ¡qué imagen más mala de nuestra nación!, ¡qué representación más «mononeuronal» de nosotros mismos!; es, cuanto menos, curioso que películas como Torrente (Santiago Segura, 1.998) u 8 apellidos vascos (Emilio Martínez Lázaro, 2.014) sean las más taquilleras de la historia, quizás, es porque no son casposas, porque están muy bien escritas, muy bien realizadas y están pobladas de personajes más profundos que el mismísimo Punset. Bueno, en honor a la verdad, Lo imposible y Los otros también son de las más taquilleras, pero es que claro, y ahora vuelvo a tirar de tópico, son buenas porque parecen americanas; ahora lo entiendo, el género «cine americano» es el bueno, los yanquis sí saben hacer peliculones ultravitaminados y ultrapresupuestados, ¿cómo se va a hacer en España un Transformers (Michael Bay, 2.007) con tractores o un Terminator (James Cameron, 1.984) con Bardem, si aquí no tenemos actores con tan poco registro interpretativo como Arnold?; si a eso le sumamos (quizás restamos) que en España los actores buenos son demasiado feos, y en yankilandia los guapos, para que se les tome en serio, tienen que afearse, llego a una cuestión ¿soy yo, o alguien más no entiende nada?

 

    Estoy casi convencido de que por toda esta serie de incongruencias y de desfachateces nacieron los premios Goya en 1.986; no fue por otro intento de emular a los americanos y sus Oscar, fue porque tanto trabajo bien hecho debía ser recompensado y reconocido de alguna manera, y con la mayoría del público en contra es más fácil encontrar apoyo dentro del gremio, en el resto de compañeros que saben lo difícil que es llevar a cabo la titánica tarea de sacar una película adelante, de cumplir un sueño y hacer que los espectadores soñemos con el fantástico cine que se hace en este país, que es mucho y...¡sorpresa! de todos los géneros porque «cine español» no es un nombre de género.

 

    El próximo 7 de Febrero tendrán lugar los premios Goya, nombre que se otorgó a los premios en honor al pintor mundialmente conocido porque, como muy bien explica el director artístico Ramiro Gómez, tenía un concepto pictórico cercano al cine ya que varias de sus obras tenían casi un tratamiento secuencial. Con esta vigésimo novena edición cargada de propuestas de calidad demostramos, una vez más, que aquí no nos andamos con chiquitas, pero ni en esta edición, ni en ninguna de las anteriores.


        «El género "cine americano" es el bueno, los yanquis sí saben hacer peliculones ultravitaminados y ultrapresupuestados».


    Poniendo el modo retrospectivo en on, se me vienen a la cabeza (y a Wikipedia) obras maestras de nuestro cine que ganaron el Goya a mejor película en ediciones anteriores y me reafirmo, más aún, en mi teoría de que no sólo fuera de nuestras fronteras se sabe hacer buen cine ¡ojo! que también se hace, sobre todo en el resto de Europa.

 

    Creo fervientemente que nada tiene que envidiar Mujeres al borde de un ataque de nervios (Pedro Almodóvar, 1.988) a la comedia de John Waters, Woody Allen o incluso Billy Wilder; creo que Amantes (Vicente Aranda, 1.991) es mejor que cualquier atracción fatal y está muy por encima de cualquier instinto básico; creo que Belle Epoque (Fernando Trueba, 1.992) es mejor que Jane Austen y que hace más ruido que muchas nueces; creo que la Victoria Abril de Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto (Agustín Díaz Yanes, 1.995) tiene mucho más ovarios que cualquier Erin Brockovich o Charlize Theron «monsterizada» de pacotilla; creo que Tesis (Alejandro Amenábar, 1.996) le encantaría a Fincher y haría enmudecer al mismísimo Hitchcock; creo que La buena estrella (Ricardo Franco, 1.997) está por encima de cualquier amor reñido que se lleva el viento; creo que El bola (Achero Mañas, 2.000) duele más que Gran Torino (Clint Eastwood, 2.008) y que Te doy mis ojos (Icíar Bollaín, 2.003) es más desasosegante que dormir con tu enemigo; creo que Mar adentro (Alejandro Amenábar, 2.004), Los lunes al sol (Fernando León de Aranoa, 2.002) o Camino (Javier Fesser, 2.008) son más denunciatorias y más polémicas que cualquier documental de Michael Moore; creo que Celda 211 (Daniel Monzón, 2.009) es la película de acción que le gustaría hacer a Michael Mann; creo que Blancanieves (Pablo Berger, 2.012) es igual de bonita y expresiva que The Artist (Michel Hazanavicius, 2.011); creo que creo en el cine español.

 

«Todos están muertos« (2.014).

 

    Todos están muertos es el debut de Beatriz Sanchís en la dirección de largos lo que le ha valido, a esta directora novel, una nominación al Goya y el otorgamiento del Premio Especial del Jurado en el pasado Festival de Málaga.

 

    La trama bebe directamente del Volver de Almodóvar, no en su estilo, porque derrocha estilo propio, pero sí en la forma ya que se dan de la mano al contarnos una historia de fantasmas en el más amplio sentido de la palabra, el literal y el metafórico.

 

    Sucumbí a su visionado porque soy un enamorado del realismo mágico, por culpa de Como agua para chocolate (Alfonso Arau, 1.992) y de Isabel Allende y siempre me resulta un auténtico placer sensorial la presencia de Elena Anaya (nominada al Goya este año); su frágil mirada es hipnotizante, y más aún en la piel de Lupe, una estrella del pop que perteneció a Groelandia, una banda que triunfó en la movida madrileña, y ahora vive su propio crepúsculo de diosa, ahogada por una agorafobia que le hace deambular por la vida como un fantasma que sólo sabe hacer tartas de manzana y pretende hacer invisibles sus demonios siendo invisible ella misma. Así pasan los días de Lupe, arrastrando sus pantunflas y su carga existencial por cada fotograma e ignorando a un hijo lleno de preguntas y a una madre que harta del nihilismo de su hija tomará una drástica e inesperada decisión que dará lugar a la magia de este pequeño cuento con moraleja.


        «Personajes bien dibujados, un guión que engancha con apenas dos frases, dos situaciones hilarantes, y una visión del melodrama tremendamente cercana».


 

    Desprenden autenticidad y belleza todo el núcleo estético y el interpretativo y además se aderezan con una banda sonora que hará resucitar el «grupi» que llevas dentro. Puede que esta inusual propuesta tenga su talón de Aquiles cuando recorre lugares ya visitados o se deja impregnar por convencionalismos para agradar a más público del que pretendía captar en un inicio, pero juega sus mejores cartas con unos personajes bien dibujados, un guión que engancha con apenas dos frases, dos situaciones hilarantes, y una visión del melodrama tremendamente cercana; pero sobre todo tiene su as en una Elena Anaya que vuelve a demostrar lo grandísima actriz que es a pesar de su minúscula presencia.

 

    No sé si os pasará a vosotros, pero yo desde que empecé a verla puse el «corazón en automático»; las historias de redención y superación son mi vicio más confesable, no me preguntéis por los otros, os diré que están todos muertos.

 

«La isla mínima» (2.014).

 

    Perdón por el fácil juego de palabras que voy a hacer, pero es necesario para expresar una verdad absoluta, La isla mínima es lo máximo, y es una realidad que viene precedida por una taquilla envidiable y 17 nominaciones a los premios Goya.

 

    La nueva película de Alberto Rodríguez es un zas en toda la boca, una auténtica obra de orfebrería desde sus créditos hasta su final sublime; es un THRILLER en mayúsculas que sólo comparte con True Detective (las comparaciones son odiosas y cansinas) pareja de policías con secretos de sumario resolviendo crimen grotesco en atmósfera rustico opresiva «malrollista», a partir de aquí, cualquier parecido con la fantástica serie, es pura casualidad, pura causalidad.

 

    100 minutos que bien valen los euros de la entrada al cine porque te mantienen prestando toda tu atención y recuperando el aliento en cada giro, en alguna escena de manera literal (la persecución marismeña es impactante). A un guión en el que cada pieza encaja con precisión milimétrica y que es ejemplo de perfecta continuidad in crescendo le sumas una fotografía y una iluminación que son obras de arte, unos planos cenitales dignos de National Geographic, unas metáforas visuales con pájaros y de más animales autóctonos que van a dos patas y...¡voilá! Ya tienes al respetable en el bolsillo.

 

    Pero este puzzle completa sus piezas con unos protagonistas en estado de gracia, inmensas las miradas de Javier Gutiérrez, prodigiosa su actuación que se apoya en un Raúl Arévalo (para un servidor uno de los mejores actores de su generación) y un plantel de secundarios que sólo flaquea por la interpretación del guapo de turno; una galería de personajes que interactúan en una ambientación claustrofóbica y cuidada de la que se hará mención en cada reseña que leáis sobre la película porque es increíble como se ha cuidado el vestuario, los decorados, las tazas de café, los libros, las botellas, impresionante, en serio.


        «La nueva película de Alberto Rodríguez es un zas en toda la boca, una auténtica obra de orfebrería desde sus créditos hasta su final sublime».


 

    Y toda esta maquinaria virtuosa y este despliegue de sobria brillantez se pone a disposición de dar una clara revisión y visión del ajetreado año 1.980, de la España que seguía (y sigue) dividida por el régimen franquista y que vemos reflejada en la pareja protagonista, el demócrata soñador y el torturado policía de cuestionables métodos que lucha contra el monstruo que ha sido, y que es, como un cáncer que lo consume.

 

    Es impagable la sensación que te queda, cuando termina la acción, esa sensación de prolongado estímulo que se ha alcanzado metiendo al espectador de lleno en la trama, mientras lo distrae con las subtramas, dejándolo jugar a ser un «true detective», jugando con su inteligencia y poniendo a prueba su moral, hasta el final, ese que (in)completa el círculo, el que corona la tensión y lo deja satisfecho tras el viaje...si quiere...pero, ¿y si no quiere? ¿Y si ha atendido a detalles ambiguos y no decide dejarse complacer por un guión que es todavía más inteligente de lo que vemos? ¿Y si hay otro juego detrás del juego?

 

    Vedla, estimulaos, debatid y quedaros en el punto que queráis de esta obra maestra, pero afilad vuestro olfato porque lo vais a necesitar agudo, que no os distraiga de vuestro propósito el olor a Goya y a agua estancada que destila.


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Pies de foto:


    [Imagen principal] Luiki Alonso (2014).

 

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Comentarios
[01 feb 2015 13:50] Miguel Dávila escribió:
Muy de acuerdo con la reivindicación del cine español, un cine menospreciado fuera (salvo honrosas excepciones) y, lo que es peor, menospreciado dentro, lo cual es una absoluta incongruencia que haría /y hace) partirse de risa a franceses y estadounidenses.
De hecho, creo que el menosprecio interior también responde mucho a la (i)lógica comercial y a la ínfima cuota de pantalla de cine español en España.
Gran entrada, y grandes recomendaciones de cara a los Goya.
[02 feb 2015 10:40] Luiki Alonso escribió:
Gracias por la reflexión y por tu aportación Miguel. Yo siempre reivindico el cine español, creo que la gran mayoría de la gente no le ha dado la oportunidad que se merece y están perdiéndose, con ello, grandísimas historias y grandísimas interpretaciones.
[06 feb 2015 16:15] Valentín Rodríguez Cámara <http://thechurchofhorrors.com/sitios/bellam/> escribió:
No hay nada más español que soltar mierda sobre lo nuestro. En cualquier caso, es cierto que hay cine patrio aceptable, cine patrio bueno y cine patrio muy bueno y lo que fastidia es que las bazofias (en muchos aspectos) sean las únicas que parecen quedarse con la calificación de «cine español» y lo otro, ¿qué es? Lo peor que le pasa al cine que se hace en este país es querer hacer una película imitando algo que no somos y no resaltar las características e idiosincrasia de aquí (en este punto me quito el sombrero por "la isla mínima" y Alberto Rodríguez, que ha sabido hacer un thriller jugando con nuestro pasado más cercano y para más inri ambientado en Andalucía) En fin, mañana habrá que estar atentos a lo que deparan los Goya 2015. Muy artículo Luiki. Lo celebro.
[06 feb 2015 16:19] Valentín Rodríguez Cámara <http://thechurchofhorrors.com/sitios/bellam/> escribió:
*Muy buen artículo Luiki. Lo celebro.
[06 feb 2015 19:12] Luiki Alonso escribió:
Valentín, celebro que celebres. Yo también estaré muy atento a los Goya mañana y estoy totalmente de acuerdo en que nuestro cine también tiene bazofias, pero no todo el "cine español" lo es. Gracias por tu aportación.