La partitura, con sangre entra
CINE

La partitura, con sangre entra

    Segundo largometraje del director estadounidense Damien Chazelle (Providence, 1985), en el que se acerca a las artes musicales y a los límites que puede rebasar la búsqueda de la perfección, desarrollando un cortometraje suyo con la misma temática estrenado el año anterior [1]. Superando los condicionantes de un presupuesto ajustado, un rodaje de sólo 19 días y un tiempo de producción total de poco más de dos meses, Chazelle regala al espectador una cinta bien realizada, en la que destaca su propio guión a partir de datos autobiográficos, cuyo desarrollo narrativo consigue mantener la atención y el suspense de principio a fin.

 


«Si le das una calculadora a un subnormal, la usará para encender la tele». 

(Chazelle 2014).

 

 

    Andrew Neiman, un estudiante de percusión que ingresa en Shaffer, una de las mejores escuelas musicales de Nueva York, sueña con convertirse en un gran batería de jazz. Sus prometedoras dotes llaman la atención del profesor Fletcher, un prestigioso docente de la escuela que se jacta de haber sido capaz de formar a grandes músicos, pero que es temido en la escuela por unos métodos que van más allá del término «estricto» y se acercan a lo obsesivo; además, su temperamento volcánico le convierte en un auténtico «ogro» capaz de desquiciar a cualquier alumno que no esté a la gran altura que él demanda. Admitido en la banda del profesor Fletcher, el joven Andrew debe comenzar desde lo más bajo, como afinador de baterías, y como tal asiste atónito a las exageradas exigencias del temible profesor. Pronto adquiere el estatus de percusionista principal de la banda por indicación de Fletcher (tras uno de sus múltiples arrebatos). Andrew comienza desde entonces una carrera personal como «protegido» de Fletcher, que le impulsa a ser perfeccionista en su aprendizaje y superarse día a día pensando en un glorioso futuro. El alumno se encuentra ante una gran oportunidad y comienza un camino de mejora en el que la presión y el perfeccionamiento llevan al límite su aguante físico. Todo esfuerzo tiene su recompensa, aunque Andrew debe incluso pagar con la sangre de sus manos, y ni las tiritas que le ayudan a calmar el dolor físico ni la complicada relación con el profesor Fletcher se lo pondrán nada fácil. De hecho, Fletcher es un peligroso aliado en la formación de Andrew, puesto que va traspasando algunos límites también en lo personal. La ansiedad y la depresión están a la vuelta de la esquina…

 

    El director, Damien Chazelle, parte de su propia experiencia formándose como batería de jazz previa a su dedicación al cine para firmar también el guión. A partir de datos autobiográficos, el texto demuestra la enorme exigencia a la que puede estar sometido un músico y cómo el perfeccionamiento musical puede llevar aparejada una gran presión que derive incluso en ansiedad o depresión. Y para ello nada mejor que hacer coincidir a dos personajes principales con temperamentos muy diferentes para provocar tensión entre ellos. Por una parte, Andrew, el joven  tranquilo e incluso apocado en un principio, pero también ambicioso y cada vez más seguro de sí mismo, siendo consciente no sólo de sus dotes, sino también de su mejora diaria, aunque su vida fuera de la música se vea por fuerza afectada por lo absorbente de su formación. Por otra, un personaje extremo como el profesor Fletcher, el prototipo de un docente que va más allá de lo metódico o lo estricto para terminar convirtiéndose en un personaje obsesivo que raya en la locura, en un auténtico «acorazado» en su lugar de trabajo, aunque en su vida cotidiana demuestre cierta sensibilidad y un temperamento aparentemente contrario.

 

    En el terreno visual, hay que reconocer un gran trabajo de fotografía a cargo de Sharone Meir, que ya tenía bastante experiencia televisiva previa, además de ponerse detrás de la cámara en algunas cintas recientes de acción o terror. El juego de zooms que realiza en esta película es más que interesante y apoya muy bien a algunos momentos de tensión, como cuando se realizan primerísimos planos de las manos, caras o pies de quienes tocan algún instrumento en la película. Se llega incluso a momentos memorables de gran genialidad visual cuando la cámara lenta permite detenerse en las gotas de saliva, sudor o sangre que emanan de los cuerpos de los músicos, apuntalando aún mejor esa sensación de perfeccionismo hasta el sufrimiento que plantea el guión de Chazelle.


 

    En cuanto a las interpretaciones, centrando la atención en los dos personajes principales, Miles Teller cumple perfectamente como Andrew Neiman, aprovechando para interpretar a este personaje su propia formación como batería y su experiencia en grupos de rock, aunque debería tomar clases durante algunas semanas para «reciclarse» hacia el jazz, siendo el propio Damien Chazelle quien iniciara esta formación. Pero destaca por encima de todos el papel cáustico y excéntrico del profesor Fletcher, interpretado de forma sensacional por J. K. Simmons, quien conseguiría un merecido Oscar al Mejor Actor de Reparto en la ceremonia de 2015 [2]. Sus diálogos inteligentes y punzantes, su capacidad de crear presión con una simple mirada, su portentosa gesticulación, sus arrebatos… todo eso y mucho más da lugar a un papel memorable. Por cierto, es el momento (como en muchas otras ocasiones suelo decir, sea por escrito o en persona) de seguir recomendando encarecidamente ver el cine en su genuina versión original, porque con el doblaje en esta película se pierde precisamente la profunda voz de J. K. Simmons, así como muchos de sus volcánicos matices.


    «El texto demuestra la enorme exigencia a la que puede estar sometido un músico».


 

    Como corresponde a una película que trata sobre el aprendizaje musical y que está escrita y dirigida por alguien con ese tipo de formación, la música es el elemento predominante, el que condiciona cada minuto del metraje. Además del título, que responde a una composición del saxofonista Hank Levy (1927-2001), Chazelle menciona en su producción a grandes nombres del jazz, como los percusionistas Buddy Rich y Jo Jones o el saxofonista Charle Parker. Uno  de los grandes aciertos de la película es precisamente mostrar con claridad a los profanos en cuanto al jazz e incluso a sus detractores que este estilo musical no debe identificarse en absoluto con la mera improvisación o con ese «cajón de sastre» al que van quienes no consiguen el éxito en música clásica o son «vagos» en cuanto al aprendizaje musical (por desgracia, alguna vez he escuchado o leído este tipo de opiniones). Chazelle sabe de lo que habla y pone al jazz en su sitio, como un género de virtuosos capaces de realizar impresionantes «improvisaciones» (entrecomillo la palabra, porque hablamos de destilar maestría y no de simples «exploraciones» o «pruebas»), de músicos obsesionados con las composiciones, con las partituras, con el ritmo, con el tempo. Porque si hay un común denominador en la enseñanza musical que se muestra en la película, es el ritmo, la cadencia, la necesidad de mantenerla y de que en una banda todo esté bien armonizado y engranado. De hecho, Chazelle tira de su propia experiencia para mostrar otro dato no siempre bien ponderado por los aficionados a la música: la gran importancia de la percusión para marcar el tempo, su gran responsabilidad en cuanto al ritmo en la música, sea jazz o cualquier otra. Y para apuntalar estas ideas sobre el ritmo y la percusión, ya se sabe, una imagen vale más que mil palabras, y ahí funciona perfectamente el personaje del profesor Fletcher y su obsesión por el ritmo, tal como demuestra con una frase que casi resume el armazón del argumento: «Not quite my tempo» («No es exactamente mi tempo»). Las menciones a Charlie Parker en la película son muy interesantes por el contexto, puesto que es una de las referencias que el profesor Fletcher quiere transmitir a su pupilo, como ejemplo de músico extraordinario para el docente y como justificación de que en la música profesional a veces hacen falta presión y mano dura para llegar a la perfección. Para ello, el profesor comenta la anécdota sobre una ocasión en la que Jo Jones le tiró un platillo a Parker para hacerle notar que, aunque todos reconocían su enorme capacidad de improvisación, debía «domarla» de algún modo para que no desentonara ni perdiera el ritmo con el resto [3]. Según Fletcher, tras ese episodio violento, Parker habría sido capaz de llegar a la perfección y de comprender la importancia del ritmo, aunque después se convirtiera en un mal ejemplo por arruinar su vida personal y acabar muriendo a los 34 años siendo alcohólico y heroinómano [4]. Por último, para cerrar el apartado musical, hay que hablar de la banda sonora, en la que se incluyen temas clásicos firmados por autores como Juan Tizol, Duke Ellington, Stan Getz o los mencionados Hank Levy y Buddy Rich, si bien los temas creados para la película corresponden a nombres de actualidad y relacionados con el audiovisual de nuestros días, como Justin Hurwitz, Dana Williams y Tim Simonec.


 

    Después de ver esta película es muy probable que surja una pregunta recurrente en nuestras vidas: ¿el fin justifica los medios? Los métodos del volcánico profesor Fletcher son reprobables, pero él tiene muy clara su pretensión de que los alumnos se esfuercen más allá de las expectativas y superen una mera expresión engañosa que él detesta: «buen trabajo». Para Fletcher no basta con hacerlo bien, puesto que la presión de los críticos y representantes musicales sólo distingue entre el éxito o desaparecer del panorama. Y su relación obsesiva con Andrew sufre por ello diversos altibajos a lo largo del metraje… hasta llegar a un punto culminante justo al final. Un final que no hay que desvelar en estas líneas, sino invitar a disfrutarlo para después reflexionar sobre la superación, la realización personal e incluso la perfección, y sobre los límites que nos imponemos (o nos imponen) para alcanzarlas en nuestras vidas, si es que estas características concuerdan con nuestros deseos de innovación o mejora.


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Pies de foto:

 

    [Imágenes] Damien Chazelle (2014) Whiplash.

 

Notas:

 

    [1] Al no tener suficiente dinero para financiar su largometraje, Chazelle optó por realizar un cortometraje con el mismo argumento en 2013. Su éxito en el Festival de Sundance de ese año, con el Premio del Jurado en la sección de cortometrajes le permitiría conseguir un presupuesto acorde con el largometraje que buscaba realizar en principio.

 

    [2] La película recibiría también otros dos Oscar: uno al Mejor Montaje para Tom Cross, y otro a Mejor Sonido para Craig Mann, Ben Wilkins y Thomas Curley. Además, entre otros reconocimientos, recibiría el Gran Premio del Jurado y el del Público en el Festival de Sundance de 2014.

 

    [3] Parece ser que este episodio tuvo lugar en Kansas City en 1937, cuando Parker tenía 16 años, y que el platillo no sería lanzado por Jones directamente a Parker, sino a sus pies para causar estruendo, con las consiguientes risas y murmullos por parte del público presente.

http://www.theguardian.com/music/2011/jun/17/charlie-parker-cymbal-thrown

 

    [4] Este descenso a los infiernos de Parker sería retratado por Clint Eastwood en su película Bird (1988), un biopic protagonizado por Forest Whitaker, que conseguiría el premio al Mejor Actor en Cannes por su magnífica interpretación del saxofonista.

 

Filmografía y enlaces de interés:

 

    CHAZELLE, D. (director) (2014) Whiplash (Largometraje, 102 min.) Estados Unidos: Bold Films, Blumhouse, Right of Way Films.


    Ficha técnica en IMDb: http://www.imdb.com/title/tt2582802/

 

    Ficha técnica en FilmAffinity: http://www.filmaffinity.com/es/film206955.html

 

 

 

 

 

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Comentarios
[09 feb 2016 14:12] Gocain escribió:
Chapó! como el clímax final de la peli que a mí, personalmente me puso el corazón a mil a ritmo de baqueta. Gracias por defender el jazz, yo hasta la peli no me había fijado en la complejidad de la batería en este género. Buena reseña Dávila!
[10 feb 2016 10:16] Miguel Dávila escribió:
La película, viniendo de quien viene, nos recuerda que esos tipos sudorosos que se ponen detrás de un montón de bombos y platillos son esenciales para el ritmo (el tempo), y que no sólo de solistas vive la música.
Chazelle además es capaz de que el sudor, la sangre y las lágrimas te salpiquen desde la pantalla. O que los gritos de Fletcher te retumben en las costillas.
Gracias por tus palabras, Gocain!
[10 feb 2016 10:38] Miguel Dávila escribió:
P.D.: No sólo de frontmans vive la música, mejor dicho. Porque (y eso se ve en Whiplash) también hay solos de batería...