Aprender a desaprender
CULTURA

Aprender a desaprender

    Hace años que te fuiste a una gran ciudad, a trabajar y a vivir en los huecos que te dejan las obligaciones. Fue entonces cuando, a pesar de que todo el mundo te decía que no iba a cambiar nada, tuviste que renunciar a muchas cosas y aprender a convivir con otras. Y aquí, en este lugar tan moderno, tan civilizado, tan urbano y tan contaminado, aprendes a desaprender algunas cosas que son tan de la tierra como las palabras que ya nadie usa con la misma gracia que tus abuelos.

 

    Porque entre tuits, amigovios y mileuristas como tú, te olvidas de expresiones que te acompañaron de niño mientras jugabas a la rayuela sin despegarte demasiado de las enaguas de tu abuela. Al fondo, como en otro mundo, el abuelo daba una cabezada en el charnaque de la corraliza al tiempo que se encendía la candela que había junto a la alacena y, al final, se llenaba la casa de ese rico olor a gachas recién hechas.

 

    Pero todo eso pasó, ahora te haces el urbanita utilizando expresiones que tu madre no entiende al tiempo que le dices que el lenguaje evoluciona (y no siempre a mejor), como lo hiciste tú cuando dejaste de utilizar esas palabras que oías asombrada en boca de los más mayores y que estaban llenas de esa sabiduría que se aprende de escuchar y no de ir a los colegios más caros. Será que ya no estamos acostumbrados a escuchar en esta ciudad llena de ruidos.

 

    Pero tus raíces, entre otras miles de pequeñas cosas, son algunas palabras que quizá no hayan aparecido nunca en un diccionario, que incluso puede que estén mal pronunciadas o esas que a fuerza de repetirlas en ciertas circunstancias han acabado con otro significado diferente al que le corresponde. Porque aunque las hayas olvidado o metido en ese cajón que puede que nunca vuelvas a abrir, un día fueron más cotidianas en tu casa que esas que los académicos incluyen cada tanto en la larga lista de palabras de nuestro vocabulario, legitimando que puedas decir papichulo o lonchera aunque sólo unos pocos, y tú no estás entre ellos, sepan a qué se refieren los que utilizan semejantes palabros.


        «Dentro de unos años hablaremos utilizando una buena cantidad de términos y expresiones que aún nadie ha pronunciado ni escrito». 


 

    Y ahora te sientes totalmente integrado en un mundo que ha ido creando palabras según tú ibas creciendo, estudiando (en esos colegios caros) y consiguiendo tus primeros empleos. Pero cuando te hartes de vivir en esta ciudad llena de colores oscuros, prisas y motores, vendrán tus nietos a reírse de ti cuando escuchen que utilizas a diario unas palabras que casi sin uso ya están oxidadas, porque quizá ya no habrá grafitis en las calles, ni volarán drones por el aire, puede que las famosas no se metan bótox y probablemente las clases de pilates ya no las ofrezcan en ningún gimnasio.

 

    Porque según el Departamento de Trabajo de Estados Unidos, el 65% de los trabajos que nuestros hijos desarrollarán en el futuro, aún no se han inventado, y eso quiere decir que ocurrirá igual con los vocablos. Dentro de unos años hablaremos utilizando una buena cantidad de términos y expresiones que aún nadie ha pronunciado ni escrito y, entre medias, desaparecerán trabajos y palabras que simplemente ya no serán productivos o que no entenderán nadie.

 

    Es cierto que el lenguaje evoluciona y no podemos oponernos, aprendemos a desaprender para acabar teniendo que aprender cosas nuevas. Construimos un idioma, el de nuestra generación, al tiempo que destruimos otro, el de las pasadas. Creamos poco a poco nuestras propias raíces, que quizá no sean muy profundas, que quizá no estén muy nutridas, que quizá no lleguen a arraigar, pero con las que nos identificamos como con el tiempo y la ciudad que nos ha tocado vivir.


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Pies de foto:


    [Imagen principal] Sara Arroyo (2014).

 

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