Jugar a la guerra
La historia del mundo es una historia de luchas. La lucha del hombre contra el hombre que ha acabado por dibujar un mapa púrpura de sangre. Y las heridas de este horror no son fáciles de cerrar; perduran en el recuerdo, duelen y supuran. Sin embargo, generación tras generación, seguimos jugando a la guerra muy a sabiendas de que sólo se puede perder.
El fotoperiodismo es un discurso universal que aúna la disciplina estética del arte con la información más veraz. Ya hablábamos en el primer artículo[1] de cómo la imagen directa era la realidad dándose sentido a sí misma, pues el relato gráfico debe ayudar a comprender las razones, efectos y consecuencias de cuanto en ella acontece. Así pues, existe una vertiente del fotoperiodismo que retrata los horrores del mundo: las guerras. La codicia, la barbarie, la pérdida y el dolor; pero también la esperanza, el valor, la victoria y la consecución de la paz. Y se ha convertido en una disciplina necesaria para concienciarnos de lo que somos, para abrirnos los ojos a la realidad, para despertar nuestras conciencias y abogar por la Justicia, la Libertad y el respeto de los Derechos Fundamentales del Hombre. Una terapia de choque para un mundo cruel.
«Una guerra son víctimas, víctimas civiles, mujeres, hombres, ancianos y niños. Y entre ellos, los más vulnerables son siempre los más pequeños».
A día de hoy (mes segundo del año 2014), existen ocho grandes conflictos armados. El más longevo en Afganistán donde, desde 1978, su guerra civil y la iniciada por el ejército estadounidense en 2001, como respuesta a los ataques terroristas del 11-S, han convertido la paz en un espejismo; en una palabra añeja. Junto a ella, las insurgencias en Irak y Egipto, el conflicto interno en las dos Sudán y el Palestino-Israelí, las guerras civiles de Somalia y Siria, la del narcotráfico en México, la del noroeste de Pakistán y una, demasiado larga, lista de países se suman a la miseria de la Humanidad.
Una guerra es destrucción. Destrucción de un lugar: con su día a día; de un pueblo: con su identidad; y de una vida: con la muerte, o de a poco a poco con los supervivientes. Una guerra son heridos, mutilados, desplazados, huérfanos, pobres, enfermos, hambrientos, traumatizados, explotados, agredidos, encarcelados, torturados, violados y privados de derechos. Una guerra son víctimas, victimas civiles, mujeres, hombres, ancianos y niños. Y entre ellos, los más vulnerables son siempre los más pequeños.
«Se estima que en el mundo 28,5 millones de niños viven en zonas de conflicto armado. Niños que no van a la escuela, ni tienen acceso a hospitales o siquiera a comida y agua potable».
Se estima que en el mundo 28,5 millones de niños viven en zonas de conflicto armado. Situaciones que impiden todos esos Derechos que felices organizaciones internacionales se llenan la boca promulgando, pero que no consiguen imponer. Niños que no van a la escuela, ni tienen acceso a hospitales o siquiera a comida y agua potable. Y además de las secuelas físicas, quedan las heridas del alma, las que necesitan mil vidas para olvidar y vuelven cada noche en oscuros sueños. UNICEF realizó un estudio con menores de 16 años afganos del que se extrajo que el 99% había presenciado actos violentos y el 65% perdido un familiar cercano. Una generación rota. Generaciones que se pierden como el humo entre las nubes. Ya no creen en la paz, no la han conocido. La guerra les alcanza demasiado jóvenes para comprender y para defenderse, por eso son carne de cañón en la milicias.
No cabe duda de que la Guerra Civil Siria está siendo la más cruel de la historia. En ella han muerto 11 mil niños, la mayoría a manos de francotiradores y otros muchos torturados, según el Oxford Research Goup, un organismo de investigación sobre seguridad global con sede en Londres. Si hablamos sobre los desplazados, y de los 3 millones de sirios que ocupan tierras jordanas, egipcias, libanesas e iraquíes, la mitad son menores, y 4,5 millones son refugiados en su propia tierra.
Ante tan catastrófica situación, varias organizaciones, gubernamentales y no gubernamentales, han creado una campaña de concienciación a través de las redes sociales (#championthechildrenofsirya[2]) para que no se pierda una generación ni se olvide el horror al que asistimos día tras día.
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Pies de foto:
[Imagen principal] Maj R.V. Spencer (1951) With her brother on her back a war weary korean girl tiredly trudges by a stalled M-26 tank.
[Segunda imagen] Kevin Carter (1993) La niña y el buitre.
[Tercera imagen] Paolo Pellegrin (2003) Anti separation wall protest in Qalqilya. Israel-Palestine separation wall.
Bibliografía:
[1] Sara Arroyo. «Disparando a la Historia: el nacimiento», en The Church of Horrors. Recuperado el 29 de febrero de 2014, desde: http://thechurchofhorrors.com/numero-1/2014/1/cultura/disparando-a-la-historia-el-nacimiento/
[2] Champion #The Children of Syria. Recuperado el 29 de febrero de 2014, desde: http://championthechildrenofsyria.org/voice
Por Miguel Dávila, 12 ene 2014, en Cine.
Por Elvira Ramos, 13 ene 2014, en Arte.