El primer disparo: hijos del Rif
Hablar de los inicios del fotoperiodismo de guerra es volver la vista a la España dividida, a la Guerra Civil y, por supuesto, a Robert Capa. Pero antes de él y junto a él, dos generaciones de fotógrafos trazaron la línea de estilo del periodismo gráfico. Profesionales que, como es costumbre patria, hemos menospreciado, silenciado y olvidado, en pos de un ensalzamiento de lo ajeno. Porque hablar de verdad, es retroceder, aún más, en el tiempo y en la Historia.
Se dice que el tiempo acaba por hacer Justicia; mientras, los «hombres» se afanan en enterrar la Verdad, la Historia y sus mil perspectivas.
Pedro Antonio de Alarcón fue, probablemente, el primero en comprender la importancia de la imagen. Por eso, no dudó en contratar al fotógrafo Enrique Facio para cubrir la Guerra de África (1860) y poder así, «fijar entre mis lectores una idea verdadera y exacta de lo que es un ejército de campaña»[1]. La cobertura del conflicto le valió al periodista su líder de ventas, Diario de un testigo de la Guerra de África. Y Facio lo ilustraría con cachitos de esa realidad.
«Estábamos adueñando de un territorio por la fuerza y en ello perdimos 8.000 vidas».
La contienda, que duró cuatro meses, tuvo lugar durante el reinado de Isabel II y el gobierno liberal de O’Donnell, y sirvió para alimentar el orgullo colonial español. Sentimiento poco merecido, pues nos estábamos adueñando de un territorio por la fuerza y en ello perdimos 8.000 vidas. Enrique Facio fue testigo de primera mano, convirtiéndose en el pionero del fotoperiodismo de guerra español. Aunque la pesada maquinaria y los largos tiempos de exposición sólo le permitieron tomar imágenes de los asentamientos y grupos de soldados que, por cierto, morían como ratas por el cólera y otras enfermedades.
El Tratado de Wad Ras reconoció a España como vencedora, dueña de Ceuta y Melilla, las Islas Chafarinas, un pequeño territorio de Sidi Ifni y administradora de la ciudad de Tetuán hasta que Marruecos saldase la multa de 10 millones de pesetas que se le había impuesto.
Pero la codicia colonial no acabó aquí. Nuestro país continuaba con sus pretensiones imperialistas y la paz nunca se consumó en las montañas del Rif. Manuel Compañy, maestro de maestros, pues educó en el arte de la fotografía a José L. Demaría López «Campúa» y Alfonso Sánchez García; y había capturado todos los posibles ángulos madrileños. Cruzó el Estrecho siguiendo la evolución del Ejército Expedicionario y, mostrando así, una nueva cara de la batalla; que distaba mucho de ser tan amable como los políticos de la época hacían creer en la Península.
A finales del siglo XIX, el sultanato de Marruecos vivía en la anarquía y la inestabilidad política. España, que había perdido ya sus colonias en América, no estaba dispuesta a perder también los territorios del norte marroquí. Pero tampoco Francia, Alemania e Inglaterra iban a renunciar a un cachito más de tierra africana. La Conferencia de Algeciras cedió Marruecos a Francia y, el posterior Tratado de Fez (1912), nos concedió un protectorado sobre las, tan anheladas, minas del Rif. Acuerdo que jamás llegó a firmarse con el Sultán.
De este modo Europa descuartiza un Estado, propiamente legitimado. Con sus aires de grandeza imperialista y la codicia por bienes económicos y estratégicos, se olvidaron de un pueblo que pronto tendría algo que decir.
Las tribus rifeñas, por primera vez en su historia, se unieron para combatir al enemigo, que llegaba a sus montañas creyéndose dueño y señor, mientras comenzaba un proceso de extensión y ocupación.
Desde Madrid, José Demaría Vázquez «Pepe Campúa»[2] (1900-1975) viaja a Marruecos para ser testigo del conflicto con su cámara de placas y su trípode. Hijo del también fotógrafo y director de Mundo Gráfico, a los diecinueve años había creado su propia agencia de noticias, la Agencia Express, que suministraba instantáneas a diarios de tirada nacional como El Fígaro, Prensa Gráfica y La Esfera. Allí, en tierras africanas, coincidiría con Alfonso y Díaz Casariego.
«Las tribus rifeñas, por primera vez en su historia, se unieron para combatir al enemigo, que llegaba a sus montañas creyéndose dueño y señor, mientras comenzaba un proceso de extensión y ocupación».
Alfonso Sánchez Portela «Alfonso»[3] (1902-1990), al igual que Campúa, había mamado la fotografía en el estudio de su padre y desde muy joven inmortalizaba la realidad madrileña. En 1921 parte a Marruecos junto a su amigo José María Díaz Casariego (1897-1967) para ser testigos de la batalla que España libra para apropiarse de un territorio ajeno y que acaba en el gran Desastre de Annual, donde más de 10.000 soldados españoles, conducidos por el General Fernández Silvestre, fueron masacrados por 3.000 rifeños. Los que lograron sobrevivir buscaron cobijo en el cuartel del Monte Arruit, pero tras dos semanas de asedio hubieron de rendirse.
Tras el triste desenlace, Alfonso y Díaz Casariego, acompañando al director de La Libertad, Luis de Oteyza, consiguieron las primeras imágenes del líder rifeño Abd el-Krim. España pone, así, rostro a quien derrama la sangre de los suyos: un antiguo funcionario de la Oficina de Asuntos Indígenas en Melilla, que se lanzó al mando de las cabilas. Pero no sólo eso, sino que, con el periódico en la mano, los españoles tenían la posibilidad de ver las penalidades de la guerra y a sus hijos muertos, abandonando así el orgullo patrio y el heroísmo. Tales fueron las consecuencias, que el Alto Comisariado ordenó a los periodistas no presenciar las operaciones militares. Pero ya era tarde, el ánimo español estaba por los suelos.
Los rifeños recuperaron sus territorios y Abd el-Krim creó el Estado independiente de la República del Rif, autoproclamándose sultán de Marruecos, aun sin el apoyo de los jeques de las zonas francesas. Francia, por su parte, había colocado puestos avanzados a lo largo de la frontera española y tras la Batalla de Uorga, en la primavera del 25, encontró la excusa perfecta para entrar de lleno en el combate.
El 8 de septiembre de 1925 nuestros tres reporteros gráficos asisten al primer gran desembarco aeronaval de la historia, el de Alhucemas; que le valió a España la reconquista de su trocito africano. Con la ayuda de un contingente francés, participaron en la operación 13.000 soldados, 17 tanques, 24 piezas de artillería, 3 acorazados, 6 cruceros, 1 portahidroaviones, 36 navíos menores, 58 transportes y 160 aviones. Comandados por, el entonces Jefe del Gobierno español, Miguel Primo de Rivera; fue José Sanjurjo el jefe ejecutivo de la hazaña, en la que también participó Francisco Franco, quien ascendió de Coronel a General de Brigada.
Tras el éxito y el fin de la batalla, Pepe Campúa, Alfonso y Díaz Casariego vuelven a Madrid convertidos en los grandes fotorreporteros de su época. Pero su historia no acabaría ahí, con el tiempo van a inmortalizar los nuevos días de la República y, tras ella, la Guerra Civil, que les aseguraría el título de los mejores reporteros gráficos del siglo XX, pero también truncaría sus vidas. Unas vidas hiladas en tierras marroquíes, antesala del futuro, que les había presentado a sus salvadores y verdugos. Porque quizás, este episodio africano tenga mucha más importancia, de lo que a simple vista nos parece, en nuestra historia más cercana. Marruecos y sus protagonistas; todos sus protagonistas. La España castigada y la castigadora. Que como ya saben, continuará.
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Pies de foto:
[Imagen principal] José María Díaz Casariego (1921) Defensa en el Rif. Marruecos.
[Segunda imagen] Alfonso Sánchez Portela (1921) La tragedia de Monte Arruit. Marruecos.
[Tercera imagen] José María Díaz Casariego (1922) Abd-El-Krim durante la entrevista que concedió al director de La Libertad, Luis de Oteyza. Marruecos.
[Cuarta imagen] Manuel Compañy (1894) Soldados victoriosos colocan una bandera en lo alto de un cerro recuperado a los rifeños. Melilla.
Bibliografía:
[1] Moreno. Rafael y Bauluz, Alfonso. Fotoperiodistas de guerra españoles. De la edición: Ministerio de Defensa de España / TURNER, 2011.
[2] Hijo de José L. Demaría López «Campúa».
[3] Hijo de Alfonso Sánchez García.
Por Simón Rodríguez, 24 mar 2014, en Cultura.