La frontera del idioma
En un país donde la emigración forzosa, aunque alguna ministra lo eufemice llamándolo «movilidad exterior», empieza a arrojar datos preocupantes, aprender idiomas se ha convertido en un nuevo deporte nacional que casi todo el mundo practica. Sin embargo, una vez que alguien decide hacer la maleta para marcharse descubre que por más años que haya estudiado, enfrentarse a una lengua diferente a la suya es la primera frontera que debe traspasar.
El día que te montas en un avión para irte a la otra parte del mundo es cuando realmente empiezas a aprender a hablar ese idioma que estudiabas en el colegio, Universidad, academia o escuela de idiomas y del que, incluso, atesoras varios títulos que probablemente nunca te han servido de nada.
Puede que hayas tratado con esos a los que llamamos «nativos», personas que un día decidieron dejar su país para acabar en el tuyo (como tú haces hoy pero al revés) aunque pronto te das cuenta de que hasta que todo tu entorno no esté escrito en diferente idioma, hasta que el murmullo de las cafeterías no tenga acento extranjero y hasta que todo alrededor no te indique que vives en un sitio en el que el español no sirve de nada, no sabrás realmente lo que es empezar a descubrir otra lengua.
Aprender un idioma no es lo mismo que hablarlo. La gente aprende idiomas para conseguir diferentes metas y por los motivos más diversos: para saber un lenguaje nuevo, para ver películas sin doblar, para sacarse un título, para aprobar una asignatura, porque lo necesitan para el trabajo, porque mejora su curriculum o simplemente porque no tienen nada mejor que hacer. Sin embargo, cuando alguien habla otro idioma diferente al suyo lo hace sólo con un motivo: comunicarse.
«Cuando alguien habla otro idioma diferente al suyo lo hace sólo con un motivo: comunicarse».
El idioma puede ser el freno o el empujón definitivo para plantearse la idea de vivir en un país extranjero. Muchos desecharán la idea por creer que no podrán afrontar vivir en un lugar donde se hable una lengua diferente a la que han usado toda su vida, pero otros muchos decidirán que es su oportunidad para aprender un nuevo modo de comunicarse.
Puedes ser bilingüe o contar con un vocabulario limitado, y en un caso u otro tendrás que hacerte entender, porque ese es el único objetivo posible a la hora de vivir en un país diferente al tuyo (incluso si su población es hispanohablante, porque seguro que hay diferencias lingüísticas que no entenderás). Tu cerebro se convierte en una minúscula Torre de Babel, donde las palabras se forman en un idioma y deben salir de tu boca en otro diferente, vencer esa disociación es la meta de cualquier persona que tenga que sobrevivir en un idioma diferente al suyo y el primer paso para dejar de pensar que viven en un país extraño.
Tu lengua materna (aunque en una sociedad tan nómada como la de hoy en día esta expresión sea desacertada) es el salvoconducto que aprendes en tu más tierna infancia para desenvolverte en el día a día, pero también puede convertirse en la barrera que te impida comunicarte en un lugar diferente.
Hablar otro idioma es la principal frontera que deberás conseguir traspasar para poder entrar en ese país que, hasta que decides que sea tu nuevo hogar, siempre has llamado extranjero.
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Pies de foto:
[Imagen principal] Ana Pallares (2014).