Cuentos Urbanitas I: La Emboscada (aunque emboscar venga de bosque).
Érase una vez una historia que pasaba de boca en boca y no se transformaba, que pasaba de página en página y por mucho que cambiase el color de la hoja impresa, incluso por mucho que cambiase la composición de la tinta o el ánimo de su editor, no variaba su significado.
Era una historia de carácter fuerte, de esas que apoyan los pies con decisión pero sin mirar por donde pisan (como cualquier ególatra que se precie).
Era una valiente historia que se jactaba, con la boca llena, de ir siempre con la verdad por delante; de que por mucho que se repitiese y contase o contara y repitiese una y otra vez, no necesitaba suavizar sus palabras porque sus oyentes, tan ávidos y ansiosos, eran capaces de colocar cualquier tipo de filtro en sus oídos para que la melodía sonase siempre con la tonalidad que a ellos más les gustaba.
Un día conocí –perdona que me interrumpa- a un pastor que enseñó a ladrar a sus ovejas y, mientras todos le tachaban de loco y majara, él agachaba la cabeza y sonreía para sus adentros. No puedo obligar a mi perro a tener siempre esa responsabilidad sobre sus hombros –decía- está ya mayor y algún día tendrán que defenderse ellas solas.
Pero volvamos a esa importante historia, porque era importante, eso hay que admitirlo. Era una historia de esas historias que cambian el curso de la HISTORIA con mayúsculas, de esas que con ilustraciones y fotografías nos avisan, nos recuerdan y nos gritan a la cara que todo lo que cuentan una vez pasó de verdad. Pero a nosotros, eso, no nos gusta escucharlo.
Así que esta historia, esta gran historia, realmente tenía motivos para estar enfada. Recuerda que era una historia ególatra (como prácticamente somos todos) y además, verdaderamente importante; pero como ya he dicho, sus ávidos oyentes la escuchaban y escuchaban sin parar, y querían oírla una vez y otra y otra…y ella, aunque era ególatra e importante, no era tonta, para nada, y sabía que algo extraño estaba ocurriendo. Así que se plantó, sin pensarlo mucho más, en la puerta del hacedor de filtros… o del filtrero… Claro que si nos paramos un poco, lo más probable es que fuese toda una industria y tras un montón de papeleos, consiguiera por fin, plantarse en la puerta de dirección.
Así que nuestra pequeña gran historia, hastiada, enfadada e incluso hasta aterrorizada de que por mucho que nos gritase, nosotros quisiésemos oírla de nuevo; se paró ante la puerta y cogió carrerilla para entrar arramplando como corresponde a alguien de su rango y categoría.
«Filtros de la verdad, pero no de la que tiene que ver con la realidad, si no de la que transforma cualquier enfoque de cámara en el único e incuestionable, filtros del olvido».
Y allí se quedó ella, parada, haciéndose más y más chiquitita frente a esas enormes estanterías llenas de filtros y filtros de todo tipo.
Filtros del sueño, filtros amorosos, filtros cálidos, filtros fríos, filtros de fotografía, filtros de instagram, filtros de audiencia, para menores de edad, para mayores de dieciocho, para gustos raros, para suavizar historias, para embotarnos la mente, para hacernos creer que todo lo que se repite una y otra vez pierde todo su efecto de privacidad, para que nos suene a cuento chino, para que nos laman las orejas con esas lenguas carnosas y llenas de veneno que revientan ampollas a su paso. Filtros de la verdad, pero no de la que tiene que ver con la realidad, si no de la que transforma cualquier enfoque de cámara en el único e incuestionable, filtros del olvido, de la pérdida de vergüenza, propia y ajena, y sobretodo, filtros del miedo, del miedo erróneo, del apoyo a la mentira.
Y nuestra pequeña gran historia, estupefacta, en un intento de rebeldía, se hincha e hincha de ira mientras una gélida carcajada le recorre la espina dorsal.
-Prueba –le dice- prueba a matar a dos hombres, o a doce. Ya verás como de nuevo se alzarán banderas de quienes realmente no creen en ellas y como ovejas, ovejas que nunca ladraron y que nunca ladrarán, seguirán con la cabeza gacha al primero que ose pronunciarte.
Y así, con las piernas temblorosas y sudor en la frente, nuestra historia abandonó, poco a poco, pasito a pasito, la redacción de aquel periódico en el que había osado preguntar.
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Pies de foto:
[Imagen principal] Ángeles Díaz (2015). El Bosque.
Por Marta Eulalia Martín, 31 ene 2015, en Literatura.