Dos mil y una razones para ver una película en pantalla grande
Este texto trata sobre el Séptimo Arte, pero no pretende analizar una película en concreto, sino reivindicar la forma que debería ser más lógica de ver cine. Hay muchas razones para recomendar que las películas sean vistas donde deben ser vistas y en el formato en el que deben ser vistas, y estas líneas tratan sobre algunas bastante importantes y evidentes. Para ello, nada mejor que tomar un caso práctico como ejemplo, una experiencia inolvidable que pude vivir en una sala de cine, con una película que tengo en un pedestal, de un director que está en los altares del celuloide y con el público más respetuoso que he visto en mi vida.
El planteamiento:
No cabe duda de que el consumo del cine ha cambiado en los últimos años, quizá podríamos decir que en las últimas dos, tres o cuatro décadas, empezando por el momento en que los reproductores domésticos irrumpieron en nuestros hogares. A finales de los setenta o principios de los ochenta, con la proliferación de estos sistemas de reproducción doméstica de vídeo surgía la posibilidad de ver, cierto tiempo después de su estreno en las salas de cine, esas películas que se nos habían pasado (por tiempo, dinero o porque no estuvieran disponibles en las salas cercanas) o que queríamos revisar por alguna razón, normalmente porque había sido un bombazo merecedor de ser visto una y otra vez o por compartir la experiencia con alguien más. Desde entonces el consumidor tenía disponible un aceptable catálogo comercial de películas, a un precio algo elevado en sus inicios, aunque compensado con unos sistemas de reproducción bastante accesibles en términos económicos. Atrás quedaban los proyectores de rollo, escasos, caros y aparatosos, aunque tenían aún ese «poder» de convertir una pared blanca o una simple sábana colgada entre dos árboles en una improvisada pantalla de cine, si es que había disponible algún lugar con espacio suficiente y algún allegado poseía uno de estos proyectores. Con la proliferación de estos sistemas domésticos [1] surgió también un nuevo tipo de comercio: los videoclubes. En estos nuevos templos del ocio, aparte de poder consultar o conversar sobre cine con el dependiente de turno, que normalmente era un «tragapelículas» profesional [2], el consumidor tenía delante un escaparate variadísimo, desde lo más clásico a lo más novedoso, desde los productos más taquilleros a cintas minoritarias, desde las películas más ambiciosas y costosas hasta el cine más modesto o sencillamente cutre. En ellos por fin se podían encontrar destacados los últimos estrenos, pero también diversas secciones según géneros, con estanterías de acción y aventuras, otras de terror, otras de comedia… Y el cine para adultos en un lugar aparte, tras una sospechosa cortina y normalmente bajo una mirada inquisidora casi imperceptible, pero siempre presente. El precio del alquiler de una cinta era similar o quizá un poco inferior al de una entrada para una sala de cine, pero al pagar ese dinero o gastar una parte de tu abono del videoclub tenías varios días para ver la película una y otra vez antes de devolverla, bajo esa Espada de Damocles que era la sanción o multa por pasarse del plazo establecido de devolución (y, ni que decir tiene, había que devolverla rebobinada so pena de rapapolvo del dependiente).
En nuestro bien entrado nuevo milenio esto de las cintas de vídeo analógicas puede sonar antediluviano, al igual que para los aficionados a la música ya quedan muy lejos las cassettes y sus muchos inconvenientes (hoy ampliamente superados). Pero estos sistemas domésticos de vídeo comenzaron una tendencia desde entonces: restarle espectadores a las salas de cine, aunque todavía hubiera abiertas muchas de ellas en nuestras ciudades. A las evidentes carencias técnicas respecto a la proyección en pantalla grande y en una sala de cine supuestamente cómoda y con buen sonido se le oponían tanto la versatilidad y comodidad de ver contenidos en casa con el reproductor sencillamente conectado a nuestro televisor, como el evidente ahorro económico. Los salones de nuestras casas comenzaron así a convertirse en nuestra alternativa, en nuestras salas de cine particulares. Y nuestros sofás comenzaron a sufrir nuestros traseros durante cada vez más tiempo, mientras sus recovecos se llenaban de palomitas o gusanitos que sólo recuperábamos después de unos días...
El nudo:
Pero a mediados de los noventa tiene lugar el verdadero salto de calidad: los formatos domésticos digitales, y muy especialmente el DVD [3]. Las enormes posibilidades de este sistema digital, con la gran cantidad de datos que se podían almacenar en el mismo soporte, permitieron prestaciones inauditas hasta entonces en las salas de cine o en los sistemas analógicos. Partiendo de la gran calidad de imagen y sonido digitales, que deberían superar a los precedentes sistemas analógicos [4], al reproducir un DVD se podía por fin elegir entre diversas pistas de audio y dejarnos llevar por el cine en versión original, algo tan difícil de encontrar anteriormente en salas de cine, videoclubes o estanterías comerciales. También se podía acceder a otro tipo de contenidos más allá de la propia película, como menús interactivos, filmografías, biografías, tráilers, cortometrajes adjuntos, comentarios del director… Todo de forma inmediata, todo en nuestra casa, todo en nuestro televisor, e incluso en nuestro ordenador, porque los equipos informáticos muy pronto tuvieron disponibles unidades de DVD [5]. El consumo de cine ya no sólo se alejaba de las salas de cine, ahora también lo hacía de nuestros salones, abandonando el televisor familiar para hacerse fuerte en la habitación en la que estuviera nuestro PC, o en el rincón donde pudiéramos apostar nuestro portátil. Con el DVD de nuevo se había ganado en versatilidad y la oferta comercial ya era enormemente diversa, con precios realmente competitivos y la posibilidad de poder reproducir los discos digitales en multitud de reproductores de precios muy asequibles, aparte de las comentadas unidades montadas en ordenadores.
«Los salones de nuestras casas comenzaron así a convertirse en nuestra alternativa, en nuestras salas de cine particulares».
Pero incluso entonces no se podía igualar del todo la experiencia, seguía habiendo cierta brecha de calidad entre una sala comercial y el sistema del que pudiéramos disponer en nuestras casas. Pero, ¿por qué las salas se siguen vaciando desde entonces? ¿Por qué este gran paso tecnológico doméstico ha supuesto un verdadero reto para las salas comerciales? ¿Por qué sus butacas se han ido despoblando de público? ¿Por qué ya casi no quedan cines en nuestras ciudades, limitándose a veces a multicines fuera de los cascos urbanos? Hay diversas razones que podrían explicar todas estas incógnitas: la búsqueda de mayor comodidad en casa, una oferta de soportes físicos cada vez mayor y más cercana, la enorme ventana para los contenidos audiovisuales que suponen Internet [6] y las plataformas y taquillas de visionado online, la amplia oferta de canales temáticos sobre cine en operadores de televisión (ya sea en abierto, por cable o vía satélite), unos reproductores domésticos cada vez más avanzados, la proliferación de todo tipo de dispositivos capaces de reproducir audio y video digitales con calidad (incluso nuestros teléfonos móviles)… Ahora mismo estamos en una etapa algo confusa, en la que muchos hogares disponen de unos sistemas avanzadísimos, con gigantescos televisores de resoluciones increíbles, reproductores de Blu-Ray que incluso emulan el 3D, sistemas de sonido envolventes… Mientras que muchas salas de cine no se han ido adaptando tan rápido como los sistemas domésticos a estos adelantos técnicos. La calidad que ofrece una sala de cine se ha igualado con la de muchos hogares y mucha gente no parece dispuesta ya a pagar una entrada para una sala comercial en la que no estará tan cómodo como en casa, en la que tendrá que aguantar a otros desconocidos [7], que en muchos casos tendrá una tecnología igual o inferior a la que puedan tener en su casa, e incluso que el precio de una entrada sea aproximadamente la mitad del precio medio de un DVD o Blu-Ray original que podemos ver y revisar una y otra vez en nuestras casas. Y hay muchos aficionados que consideran que el precio de las entradas es excesivo para lo que realmente ofrecen las salas comerciales actuales, sobre todo pensando en la facilidad con la que hoy en día se consiguen contenidos baratos, muy baratos o gratuitos. El debate sobre la calidad o los costes está servido, con muchas voces reconociendo que los diversos sistemas domésticos le han comido el terreno a las salas de cine. Pero ver una película en una sala de cine y en pantalla grande [8] sigue siendo otro tipo de sensación muy difícil de conseguir en nuestros hogares.
El paréntesis, la razón de este artículo:
Para encontrar las razones que justifican esta defensa de la sala frente a nuestros sistemas en casa basta con acercarme a una experiencia inolvidable (y espero que no irrepetible) que pude vivir hace poco en una sala comercial y comentarla para que hable por sí misma. De vez en cuando los aficionados al cine tienen la suerte de poder revisar en pantalla grande alguno de esos grandes clásicos que no pudieron ver por cuestiones de edad, tiempo o economía. Y ver cómo una sala comercial plantea de cuando en cuando una revisión de un clásico en versión original es un caramelo muy apetecible. Sólo hay que revisar un poco la agenda y cuadrar los compromisos y las tareas para no dejar pasar la ocasión. Porque la sana y casi litúrgica costumbre de ver películas donde se debe, en una sala de cine, permite que la pantalla grande te envuelva, te permita estar más atento a lo que debes, a lo que tienes delante, una sensación que puede casi siempre diluirse en nuestras casas. Una sala comercial te tiene preparado para aguantar en tu (normalmente) cómoda butaca durante todo el metraje (salvo fuerza mayor), por muy larga que sea la película, algo que en nuestras casas no necesariamente respetamos, eliminando la fluidez y la visualización tal y como la imaginó el autor. Y si la sesión es en versión original, salvas la distancia con los soportes domésticos digitales y su versatilidad para ver el contenido como se debe, como fue concebido. Y si la sesión es disfrutada por un público extremadamente respetuoso, que sabe perfectamente a lo que va y lo valora enormemente... Pues todo eso y mucho más fue lo que me mantuvo literalmente pegado a mi butaca en una proyección muy especial, de una película muy especial para mí. Se trata de una obra maestra que ya había visto varias veces en casa y en diversos formatos (televisión, VHS y DVD, que yo recuerde). Pero la última vez que la vi en pantalla grande fue hace unos treinta años, con proyector de rollo, con la imagen proyectada en una sábana en una cálida noche veraniega. Yo era demasiado joven entonces como para haberla disfrutado en su conjunto, y en las sucesivas ocasiones en casa (ya fuera viéndola doblada o en versión original) siempre me faltaba algo. Me faltaba esta experiencia de la que hablo a continuación.
«¿Por qué ya casi no quedan cines en nuestras ciudades, limitándose a veces a multicines fuera de los cascos urbanos?»
Ver que muy cerca de casa había un único pase comercial en versión original subtitulada y en pantalla grande del clásico de Stanley Kubrick 2001: Una Odisea del Espacio (2001: A Space Oddyssey, 1968) era un hecho suficientemente importante para «fabricarme» un hueco en una agenda que últimamente está que arde. Pagar una entrada íntegra, sin ningún tipo de rebaja, no me resultó para nada sangrante o injusto, porque la ocasión casi irrepetible lo merecía. Entrar a la sala y ver cómo poco a poco iba entrando gente (no demasiada, todo hay que decirlo) a una sesión tan específica se convierte en una alegría por comprobar que hay aficionados que quieren vivir esa experiencia de nuevo, o por primera vez en pantalla grande, o por primera vez en versión original subtitulada, o incluso quieren por fin ver ese gran clásico de la ciencia-ficción que tenían pendiente. Que se apaguen las luces e incluso uno de los espectadores se levante de su butaca para correr una cortina que dejaba entrar un pequeño haz de luz en la sala te previene: esta gente sabe a lo que viene y quiere respetar la experiencia todo lo posible. El casi inevitable caso de los espectadores que llegan tarde y, quieran o no, molestan o distraen a quienes ya estaban bien sentados y bien atentos a la pantalla, se convirtió en una mera anécdota, porque los dos o tres rezagados no sólo fueron muy respetuosos y silenciosos para ocupar sus asientos, sino que hicieron lo posible durante la película por emitir el menor ruido posible con sus bolsas de palomitas o similares; es más, doy fe de que las pocas veces que las bolsas se movieron, lo hicieron cuando la música tenía un tono realmente alto y no importaba para nada ni distraía del peliculón que teníamos delante.
No me cabe duda de que ésta ha sido la ocasión en la que más he disfrutado esta película que sitúo sin más rodeos entre mis dos o tres favoritas de todos los tiempos. Ha sido también una de las experiencias cinematográficas más completas que he vivido, una de esas ocasiones en las que mis párpados se resistían al automático e inevitable parpadeo mucho más de lo normal, y en las que me hundí tanto en la butaca que en alguna ocasión tuve que mover algo el cuello para recordar que la «quijotera» seguía unida al resto del cuerpo. Mucha culpa de haber tenido en ocasiones el vello de punta y de haber prestado una atención extrema a la gran pantalla y al sonido que me envolvía la tiene la propia película, una obra que reúne con gran minuciosidad y cuidado muchos de los aspectos artísticos que confluyen en el cine. No es sólo el extraordinario capítulo visual, ni el excelente uso de la música, ni el enfermizo nivel de detalle en la ambientación, ni el inteligente y solvente montaje, ni la sensación de ser a la vez una enorme película de ciencia-ficción y una muy agobiante película de terror, ni siquiera esos novedosos efectos especiales merecedores del Oscar, que asombraron en su momento y aún son capaces de asombrar a espectadores de todo el planeta. La película en su conjunto es un pedazo de obra artística que demuestra cómo Kubrick era capaz de llegar a cotas difícilmente alcanzables o superables, una obra de arte total que hace realidad lo que Wagner teorizaba cuando hablaba de Gesamtkunstwerk, porque si consideramos (y con razón) a Kubrick como un perfeccionista empedernido, 2001: Una Odisea del Espacio es un perfecto ejemplo de ello. No hay nada gratuito, todo tiene su razón, todo encaja, por muy rompedor o incluso extraño que parezca. La música te invade y te posee, y no puedes imaginar otra forma mejor de acompañar el movimiento de una estación orbital que El Danubio azul de Johann Strauss, ni las apariciones de los monolitos sin el Réquiem de Ligeti, ni los momentos de mayor impacto emocional sin Así habló Zarathustra de Richard Strauss. Incluso los silencios en las escenas situadas en el espacio, sólo levemente entrecortados por la respiración dentro del casco de Dave Bowman, te invitan a tener los ojos como platos y las orejas bien despejadas. No miento si digo que pegué más de un bote en el asiento cuando comenzó alguno de los temas musicales y que los zumbidos y alarmas que sonaban en la nave Discovery y en sus cápsulas me pusieron realmente nervioso. Y las casi dos horas y media de película se me hicieron hasta cortas, me resistí a levantarme de la butaca cuando aparecieron los créditos finales, que aguanté casi hasta el final para volver a dejarme llevar por El Danubio azul.
El desenlace:
Las sensaciones comentadas con esta proyección de 2001: Una Odisea del Espacio, unidas entre sí, me hacen pensar que algo así sólo puede conseguirse plenamente frente a una pantalla grande, en un cine, mientras la sala en cuestión tenga un mínimo de comodidad y calidad de audio y vídeo. Los sistemas domésticos, al igual que las salas de cine, tienen sus pros y sus contras, pero normalmente mi balanza se inclina hacia las pantallas grandes por ser lo genuino, el lugar en el que deben ser vistas las películas. Antes comentaba la difícil situación actual para los cines y el debate sobre si debemos o no seguir consumiendo películas más allá de nuestros avanzadísimos sistemas domésticos. En este punto cabe plantearse otra pregunta: ¿debe reinventarse el cine para competir con estas alternativas caseras? No creo que se trate de hacer tabla rasa y empezar de cero, pero sí que los cines deberán adaptarse a los nuevos tiempos y ofrecerle al espectador calidad. Y con calidad no me refiero sólo a audio, vídeo o comodidad, sino a una experiencia de conjunto con calidad. Hay que convencer al espectador de que ver una película en el cine es indudablemente mejor que en casa, de que el precio de la entrada estará bien invertido. Por desgracia, las tendencias actuales de consumo de cine parecen decirnos que las entradas para salas comerciales son caras (sobre todo cuando las diferentes ofertas o campañas de rebaja aumentan enormemente la afluencia de público), que las salas no siempre están bien acondicionadas para que pasemos un rato cómodo y nos dejemos llevar por esa obra total que llena varios de nuestros sentidos, o que es más cómodo y barato no tener que moverse de nuestro sofá o de donde nos lo permitan nuestros dispositivos móviles. Pero yo siempre tendré muchas razones para apostar por lo contrario, tal y como he ido comentando. No sé si dos mil y una razones, pero tengo por seguro que ni el sofá más cómodo del mundo, ni la mejor pantalla doméstica del planeta, ni el equipo de sonido más avanzado conseguirán que tenga una experiencia similar a la que he comentado con 2001: Una Odisea del Espacio. No sé lo que deparará el futuro a las salas comerciales en términos de adaptación a tanto cambio tecnológico doméstico, ni los niveles de calidad que podríamos llegar a conseguir en nuestras casas, pero ver películas en el cine o en cualquier otra pantalla grande que se precie y tenga unos mínimos de calidad sigue siendo la forma más lógica de hacerlo y una costumbre que no deberíamos de abandonar. Yo seguiré apostando por ello, y veo muy difícil que alguien me haga renegar de ver películas en pantalla grande. Siempre que pueda seguiré disfrutando o sufriendo lo que esa enorme pantalla me ponga delante, en esa oscuridad que potencia la atención y en ese lugar frecuentado por otros locos aficionados que ven más allá de sus sofás.
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Pies de foto:
[Imagen principal] Fotografía de Miguel Dávila.
[Segunda imagen] Fotografía de Miguel Dávila.
[Tercera imagen] Stanley Kubrick (1968) 2001: A Space Oddyssey (2001: Una Odisea del Espacio).
Notas:
[1] El primero que apareció y se hizo con la mayor parte del mercado, al menos en España, fue el Betamax. Le siguió pronto el VHS, que se impuso en el mercado e incluso hacer desaparecer al Betamax. También surgió el Vídeo 2000, aunque tuvo mucho menor impacto y distribución.
[2] Por tiempo, por probar el material y por disponibilidad, tenían esa suerte. Que se lo digan si no a un director de éxito como Quentin Tarantino, criado en la cultura del videoclub, y cuyo paso profesional por este tipo de establecimientos ha influido sin duda en su forma de hacer cine y en los muchos homenajes a otras películas que pueblan sus cintas.
[3] Aparte queda el LaserDisc, un sistema digital anterior al DVD que no tuvo una gran distribución y sí múltiples inconvenientes, aunque aún se le reconocen algunas ventajas frente al DVD.
[4] A pesar de la mayor calidad del vídeo digital, no hay que olvidar que muchas de las películas que hoy tenemos disponibles en DVD provienen de copias analógicas que no permiten ganancia de calidad al pasar a digital. Es quizá la razón principal de las muchas remasterizaciones digitales realizadas desde la aparición del DVD.
[5] Y no sólo unidades reproductoras, sino también, por supuesto, grabadoras y regrabadoras de DVD, cuya existencia facilitó enormemente las copias de películas, al igual que había ocurrido con las copias musicales tras la proliferación de las grabadoras y regrabadoras de CD.
[6] Ya sea con contenidos de visualización o descarga legal, o bien mediante programas de intercambio y descarga no tan legales… Aunque eso sería otra historia.
[7] En este mismo instante, mientras redacto, me vienen a la mente algunos temas que planteé en la entrada sobre Her en este mismo magazine cultural: «¿La tecnología nos hace más solitarios?».
[8] O en las pantallas grandes que instituciones, cine-clubes o asociaciones ponen a disposición de los aficionados para sus programaciones, ciclos o proyecciones.
Bibliografía y enlaces de interés:
KUBRICK, S. (director) (1968) 2001: A Space Oddyssey (Largometraje, 139/160 min.) Estados Unidos – Reino Unido: Metro-Goldwyn-Mayer – Stanley Kubrick Productions
Ficha técnica en IMDb.
Ficha técnica en FilmAffinity.
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Por Miguel Dávila, 29 may 2015, en Cine.
Sobre esa distinción entre pagar para verlas en cine o verlas en casa (no entraré de nuevo en tema piratería), yo me remito a la disponibilidad. Si alguna película que espero con fervor no ha sido estrenada en ninguna sala cercana, tengo que hacer de tripas corazón y esperar hasta poder verla de algún otro modo (en mi caso, preferiblemente por plataformas o comprándola físicamente). El problema que muchas veces tiene lo "gratuito" y la comodidad en casa es que se pierde la esencia de la proyección; ciertamente, por fin has podido ver la película en cuestión, pero el cine está hecho para ser visto en pantalla grande y con unas mínimas condiciones.
No seré yo quien ahora defienda a ultranza unas condiciones y unos precios en sala que tienen que amoldarse sí o sí a las nuevas circunstancias de consumo (y no al revés), pero puestos a elegir y aunque después compre o vea de nuevo una peli, siempre intentaré hacerlo en pantalla grande (según tiempo y disponibilidad, por supuesto).
Intento de algún modo romper una lanza a favor de cómo debe ser visto el cine en su forma más genuina, pero no de forma ilusa contra la implacable evolución del consumo.
P.D.: "Mad Max, Fury Road", la última que he visto en pantalla grande... pues no me la imagino en otro formato. Vi la posibilidad y pudo ser. En casa seguro que la habría disfrutado menos.
Por cierto, me he encontrado un artículo de David Trueba que habla sobre el tema, merece mucho la pena:
http://www.elperiodico.com/es/noticias/opinion/cine-fondo-por-david-trueba-4244188
¿Y qué me dices de tener una sala que únicamente proyectara clásicos? Buenos, malos, regulares y mierder, pero a todas horas y todos los días, un non-stop de cine. Sería de cine.
En el mismo cine pusieron también Blade Runner y Alien, pero no pude ir.
Ese tipo de sala no sería muy viable teniendo en cuenta el.actual perfil de consumo, pero es de agradecer que en algunos sitios comerciales (normalmente sólo en ciudades grandes) suele haber proyecciones aisladas de cine clásico,a veces con cierta regularidad. Con eso y filmotecas, propuestas minoritarias o cine-clubes es con lo que hay que contentarse.