El ladrón de almas
LITERATURA

El ladrón de almas

Calor. En la voz, en las manos. Señala un lugar de la consulta donde poder desvestirme. Un taburete en un rincón. Pudor.  


    Me quito todo pero él no mira. Todo menos la ropa interior y los calcetines. Se acerca a mí. Chapurrea castellano para romper el hielo.  Se sienta en una silla ovalada sin respaldo. Me coloco de pie dándole la espalda. Pienso en los calcetines. En mi cuerpo fofo, en la celulitis, en la piel mal depilada. Vergüenza. Me ausculta la espalda con las manos a base de golpecitos rotundos en cada una de mis vértebras cansadas. Mi epidermis se despereza al paso de sus pulgares neutros, como si saliera de un gran letargo. Apuro. Me pongo a pensar en otra cosa. De fondo un hombre canta en un idioma antiguo. «Zuhur ibiltzeko/ ari dira esaka/ bazter guztietan/ arima lapurra/ omen dabil malgu, arin...». Me invita a sentarme al borde de la camilla de tal manera que mis pies toquen el suelo. Continúa la exploración oseo-muscular. Las manipulaciones que colocarán cada cosa en su sitio. Cincuenta minutos. Anhelo. De poner a base de golpe cada cosa en su sitio. Querencia. De tantas cosas que al pensarlas todas me asalta la pereza y al final no hago nada. Asfixia. De mi vida y de mi cuerpo.  

 

Antes de hacer el último crack me ordena que expire largamente.   Lo hago como si fuera a morirme allí mismo.

 

    Su cercanía me turba. Será más o menos de mi edad. Tensión. Porque no me dejo hacer. «Trust me». Me pide que confíe. Confío. Y crack. Doler no duele. Con cada desbloqueo me voy deshaciendo de mis lastres. Relax, relax, relax... Es como si rejuveneciera. Es como si mi cuerpo fuera más mío, ahora. Calor. La musiquilla continúa... «Irri zuri bat/ hitz zuri bat/ eta arima lapurtua dizu/ konturatu ere/ egin gabe...». Hace rato que no opongo resistencia. Antes de hacer el último crack me ordena que expire largamente. Lo hago como si fuera a morirme allí mismo. El último bloqueo se resiste y me pide que me deje caer como muerta en sus brazos. Soy dócil, ahora. Le pertenezco. He perdido la noción del tiempo. Ya no sé si me dice «right or left». Cierro los ojos y me abandono a ese momento. Me siento de pronto tan viva. Los últimos bloqueos del cuello se rinden al poder de sus manos. Me cubre con una manta. Me siento levitar bajo la lana azul cobalto. Después posa las manos sobre diferentes puntos de mi cabeza. Su respiración se intensifica al buscar los demonios que se alojan en lo más profundo de mi cuero cabelludo. Yo casi contengo la mía en mitad de todo ese exorcismo. Suspiro.  «Are you OK?». Asiento. Voy sintiendo una paz inmensa. «Oso arriskutsua/ dela diote, harremana/ hasiz gero/ ezin duzula atzera /egin...». Cuando termina se sacude en el aire las manos con una especie de ritual. Estoy como en tranceNo me muevoAl incorporarme me mareo. Me ofrece un vaso de agua. Me visto muy despacio en la esquinita de la sala.  Antes de pagar paso al baño donde hace un frío terrible.  Hoy y mañana take it easy y agua, mucha agua. Prescribe una próxima cita. De aquí en tres semanas. Me estrecha la mano antes de salir de ese sótano lúgubre que me ha devuelto la vida. Le doy las gracias. Calor. En su voz, en sus manos. Tal vez todo se reduzca a eso.


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    [Imagen principal] Sara Deluis (2015).

 


    Nota de la autora: Los fragmentos mencionados pertenecen a la canción «Arima lapurra» (El ladrón de almas) de Jabier Muguruza, Bikote bat (2011).

 

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