El nuevo revisionismo histórico: una vuelta a la vieja historia
Desde hace unos años estamos asistiendo en España a una verdadera explosión de la novela histórica. Paralelamente (no sé si como causa o efecto) ha habido un resurgimiento de la historia de difusión, fundamentalmente centrada en la época de la II República y la guerra civil subsiguiente, y en lo que podríamos llamar «la España Imperial». Novelas, libros de historia y hasta series de televisión se han venido convirtiendo en verdaderos fenómenos de masas, impensables hace sólo veinte años. Paradógicamente esto coincide con la pérdida de importancia que los gobernantes están dando al estudio científico de la historia en los planes educativos. ¿Casualidad? Al calor de esto, y recuperando viejos escritos de hace más de una década, me he decidido a escribir estas líneas.
El pasado forma parte de nuestra memoria y por ello se convierte en un instrumento fundamental de creación de identidades; lo que conforme esa memoria se convierte en elemento fundamental de nuestra personalidad individual y/o colectiva. La historia está presente hoy (se podrían poner múltiples ejemplos) en la base misma de los prejuicios que se usan para justificar las más diversas formas de opresión y de exterminio, con el pretexto de superioridades raciales o de civilización, laicas o religiosas. Y, también hoy, cuando la historia (como todo) se reduce a lo más inmediato, son los medios de comunicación de masas los creadores de esa conciencia colectiva, y su control y manipulación es el objetivo fundamental de «los que mandan» (que casi nunca son los políticos, aunque sus intereses sí sean político-ideológicos). No por repetido deja de perder su verdad: la Historia la escriben los vencedores, convirtiéndola en una herramienta más de su control sobre la sociedad.
La explosión de la «difusión» histórica a que nos referimos llama la atención tanto por su significado profundo como por el apoyo mediático que está recibiendo. Eso, globalmente, es bueno. Sin embargo, en esa ola de moda ha «surfeado» con habilidad un movimiento de revisionismo histórico hispano que ha contado con apoyos muy firmes y poderosos. Unos cuantos escritores, conveniente y profusamente catapultados por buena parte de los medios de comunicación de la vieja (carca y directamente reaccionaria) y la nueva derecha (la «emergente», «moderna» y «liberal»), con la contribución de algunos acomplejados sectores «progres», están intentando vendernos una suerte de revisionismo histórico que bajo el trasnochado concepto del «fin de las ideologías», una inexistente objetividad histórica y un, para mi, abyecto relativismo intelectual, pretenden esconder la verdad histórica escondida y aún no esclarecida ni explicada convenientemente en nuestro país. El objetivo fundamental de estos propagandistas revestidos con el manto de historiadores no es otro que (¡oh casualidad!) la época de la II República, la Guerra Civil de 1936 a 1939 y la larguísima y oprobiosa dictadura. No sólo se han impuesto la meta de desprestigiar la etapa democrática de la II República, o encontrar «razones» que justifiquen el «Glorioso Alzamiento Nacional», sino que, a la vez, se empeñan en desmitificar aquellos pasajes, personas o acontecimientos que se convirtieron en referentes de la lucha contra el fascismo en España y en adelantados del enfrentamiento al nazismo. Aunque con lenguaje renovado, es lo mismo que dictaban los libros de texto de la Dictadura.
Ese planteamiento se sustenta en asegurar (desde una supuesta objetividad presuntamente alejada de eso que llaman «ambas posturas») que los dos bandos «eran iguales», tuvieron las mismas responsabilidades, o que fue el choque entre dos extremos igualmente reprobables (el tan manido culto al alejamiento de los extremos que siempre resulta estar más cerca de uno de ellos). Lo que no es sólo una falsedad científica sino una burda e injusta manipulación ideológica.
«El pasado forma parte de nuestra memoria y por ello se convierte en un instrumento fundamental de creación de identidades».
Así, hemos podido leer a Stanley G. Payne (representante de ese revisionismo falsamente equidistante, «aséptico» y de rabiosamente liberal) decir que la Guerra Civil española fue una guerra de «malos contra malos». Suponemos que el Sr. Payne, tan de Texas él, considerará que la Guerra de la Independencia de EE.UU. también fue una guerra de «malos contra malos», como lo sería la misma guerra de Texas contra Méjico, o la Segunda Guerra Mundial, o la Guerra de la Independencia Española, o que la actuales conflictos en Iraq, Afganistán, Libia, Siria, Palestina, etc. también son guerras de «malos contra malos». Dentro del grupo directamente neofranquista se encontraría el exmiembro del GRAPO (¡¡cuánto queda por investigar sobre cómo y para qué se formó ese grupo terrorista!!) D. Pío Moa, convertido en el mejor justificador del estallido de la guerra y del proceso represivo posterior que duraría varios decenios, desde posiciones claramente reaccionarias y con un apoyo promocional digno de mejor empeño. Otro buen representante de este grupo es D. César Vidal, abanderado mediático cuya misión primordial en esta vida (dicho por él mismo: «Dios tiene un propósito para mi vida») no es otra que devolver a los pobrecitos e incultos españoles una «nueva verdad» que, extrañamente, coincide con la vieja «verdad» machaconamente repetida durante la dictadura de Franco. Este fundamentalista que desde las tribunas que ha disfrutado nos alerta sobre «el peligro del retorno de las utopías radicales en Hispanoamérica» (supongo que se referirá a las victorias electorales democráticas de la izquierda alternativa no socialdemocráta en Brasil, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Uruguay, Nicaragua o Panamá), está obsesionado por calumniar a las Brigadas Internacionales, por enlodar la memoria de personajes y acontecimientos históricos que, desde el lado republicano, fueron verdaderos ejemplos de solidaridad, defensa de la legalidad democrática republicana y lucha contra el fascismo que se extendía desde Alemania a toda Europa y que trajo lo que trajo: una terrible guerra mundial llena de barbaridades.
Pero, por otro lado, también observamos el desarrollo de una re-visión neonacionalista de la Historia, mucho más sutil, basada en las «glorias» de una distorsionada (e inexistente) España del pasado, que retoma (actualizada y «modernizada» -ahora todo lo viejo se vende como joven y moderno-) la franquista «España como unidad de destino en lo universal», reintroducida a través de la televisión, con series como Viriato, Isabel y la actual Carlos Emperador, plenas de inconsistencias históricas y, sobre todo, de interpretaciones mucho más que discutibles y nada ingenuas. Probablemente fruto de una nueva utilización política del pasado como reacción ideológica a la indiscutible diversidad de España y, sobre todo, a los vientos independentistas que abiertamente corren por ella.
«La España democrática se levantó sobre un equivocado concepto de olvido».
En definitiva, estos «nuevos» revisionistas de la Historia de nuevos no tienen nada, ya que su objetivo es volver a implantar la más vieja, embustera y acartonada visión de la historia. En realidad vuelven a querer escondernos una verdad que ni ha llegado a ver la luz todavía.
¿Por qué ha surgido este fenómeno? Pues porque la España democrática se levantó sobre un equivocado concepto de olvido de ese pasado tan complejo como rico, de esconder y manipular episodios cercanos dolorosos, formando a unas generaciones de jóvenes que no saben nada de su historia, de la compleja configuración de España como Estado unificado, y menos aún de la II República, la Guerra Civil o la Dictadura de Franco. Porque esas generaciones son fácilmente permeables a una ofensiva ideológica que quiere hacernos ver que España es España desde la época de los íberos (como si lo contrario fuera algo malo), o que, bajo la increíble falsedad del «todos fueron iguales», relativiza la verdad y justifica lo injustificable sobre la dictadura. Y también, porque los planes educativos de los distintos gobiernos de España se han olvidado y han marginado el estudio y el conocimiento científico de la Historia, relegándola a un papel marginal y residual en la formación de niños y jóvenes.
Como dice el historiador Josep Fontana en su magnífico libro La Historia de los Hombres «Conscientes de la transcendencia que tienen estas visiones del pasado que nutren las memorias colectivas, no es lícito que nos desentendamos del problema de los usos de la historia en nombre de una imposible neutralidad –académica o postmoderna– que, por otra parte, no impedirá que “los poderes” sigan haciendo un uso adoctrinador de ella. En las circunstancias confusas y difíciles del presente, a los historiadores nos corresponde combatir, armados de razones, los prejuicios basados en las lecturas malsanas del pasado, a la vez que las profecías paralizadoras de la globalización».
Este es un objetivo que muchos seguimos creyendo lícito aunque se haya pretendido descalificarlo, siendo revelador que esta descalificación se haga a la vez que se persigue y margina la Historia como un instrumento de análisis.
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Pie de foto:
[Imagen principal] Florencia Gutman (2015) Bipartidismo.
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Así que lo dicho, enhorabuena por el texto. Le di difusión por Twitter y por Facebook. Un abrazo.
Gracias por tu comentario. Viniendo de ti es un halago. Aunque ya sabes que estas cosas de las identidades y su tratamiento "histórico" o actual son difíciles de tratar (recuerdo con cariño nuestros debates en Cuba sobre el tema. Por cierto debo escribir un artículo sobre esa experiencia)porque la incomprensión y las vísceras suelen interponerse y dominar a la razón.
El problema de la historia de España es que se tienen asumidas como verdades cosas que no lo son, y luchar contra ello es muy difícil:inculcar que hasta la llegada de los Borbones la corona española tiene un carácter patrimonial y no estatal es pelea ardua, porque no es fácil llegar al "gran público" manifestando que Carlos I no era rey de España, ni de "Alemania" (que no existían) sino que él (a título personal) era dueño de Castilla, León, Aragón, las Indias, Borgoña, las Dos Sicilias, etc...Y que luego las repartía a sus descendientes en función de sus deseos o intereses como cosa "suya" que eran.
En los tiempos que vienen lo deberemos de soportar intensamente, ahora que hay un acuerdo parlamentario en Cataluña que prioriza un proceso hacia la independencia. Posiblemente la historia sea uno de los perdedores, al menos en un primer momento, porque seguro que los intentos de "crear" una historia "puramente" catalana desde los albores de los tiempos se enfrentarán a quienes defiendan que Cataluña no ha existido nunca. Y ninguna de las dos posturas es verdad (no es equidistancia, líbreme el señor de ese pecado).
Un fuerte abrazo.