Ámsterdam, ciudad de luz y sombras
CULTURA

Ámsterdam, ciudad de luz y sombras

    La belleza es somnolienta. Impávida a su poder, como en un duermevela infinito. Así es Ámsterdam. Bella y durmiente, que se esconde y se muestra. Que se esconde más de lo que se muestra.

 

 

    Sólo puedo oír el metal del timbre que se sostiene en el frío manillar de mi bicicleta de paseo. Es una bicicleta vieja, azul marino en su juventud, pero la humedad de la ciudad se ha comido la pintura dejando, en su lugar, trozitos de óxido ocre.

 

    Es un domingo de julio y hace sol (algo atípico en la ciudad del Norte), la gente ha huido a los parques, salvo algunos turistas con los ojos puestos en sus mapas. Miran mapas porque se creen perdidos, inconscientes de que se pierden porque miran mapas. Se pierden la ciudad, su vida, sus paseos, sus luces, sus colores, sus voces, sus olores y todos los «sus» que puedan tener las cuatro calles y edificios que componen el dibujo que ellos admiran en el papel. Porque, ¿qué es realmente estar perdido? ¿Se puede estar perdido geográficamente? ¿Cuál es el punto de referencia para saberse perdido? ¿De dónde ese miedo a perderse? Sin duda hay gente que no sabe viajar.


        «Miran mapas porque se creen perdidos, inconscientes de que se pierden porque miran mapas. Se pierden la ciudad, su vida, sus paseos, sus luces, sus colores, sus voces, sus olores y todos los «sus» que puedan tener las cuatro calles y edificios que componen el dibujo que ellos admiran en el papel».


    Continúa siendo un domingo soleado y mis ruedas repelen las calles más concurridas de la ciudad. Bailo entre los adoquines del Jordaan que componen un barrio bohemio, independiente a la vida de otras zonas de Ámsterdam. Sus calles muestran la originalidad estética de sus habitantes: jardines de tres metros cuadrados, flores que se precipitan a los canales desde los mil y un puentes que los cruzan, tiendas pequeñas y encantadoras donde encontrar viejos juguetes y muebles, artistas que muestran su trabajo dejando abierta la puerta de su casa, cafés de hace un siglo con polvo de hace dos siglos. Pero es el mercado de los lunes lo que acaba de dar vida al barrio. Donde es posible encontrar cualquier cosa. Telas, postales antiguas, juegos de té, lámparas, carteles publicitarios, ropa al kilo y el puesto de prendas sólo Burberry de un viejo señor escocés que muestra sus escuálidas piernas bajo una falda roja y negra roída por el tiempo.

 

 

 

 

    Las calles en Ámsterdam parecen no acabar nunca. Dibujando un semicírculo rodean la isla artificial de un extremo a otro. Las fachadas parecen repetirse una tras otra, pero que los ladrillos vistos no engañen a nuestros sentidos, pues esconden más tesoros de los que dejan ver los grandes ventanales. Las casas señoriales del siglo de oro holandés conservan el espíritu de aquella época, además de los objetos personales de quienes ocuparon sus habitaciones. Hablo del palacio de los Van Loon y el de los Willet Holthuysen con sus maravillosos jardines. Otras muchas casas han sido reconvertidas en museos y/o bibliotecas como la tranquila Huis Marseille.

 

    Si hay algo que caracteriza a la húmeda ciudad de Ámsterdam son los libros. Por cualquier calle, se pueden encontrar improvisados puestos llenos de grandes obras y muchas más desconocidas, que puedes llevarte a casa por pocos euros. Como en los portales que atraviesan la universidad, en el barrio rojo. Uno de los vendedores siempre me ha llamado la atención. Cuida sus libros de páginas amarillentas, mientras escucha música clásica (también vende algunos vinilos). Es un señor mayor, muy holandés. Siempre con sombrero marinero, de barba pajiza muy poblada y una gran nariz que acaba redondeándose, como la de esos muñecos navideños que dicen representar a San Nicolás. Me gusta imaginar que, en algún tiempo, fue profesor, quizás catedrático de filosofía. Ama los libros y su vieja casa ha caído en el desorden que acompaña a los hombres solitarios, papeles y letras por todas partes. Jerséis de lana viejos, que tal vez cosió una mujer a la que hora paga con flores en algún jarrón. Recoge su puesto y guarda las reliquias en un armario escondido en la pared de piedra. Camina hasta un brown coffee donde se toma, lento, un chato de vino caliente. Vuelve a casa para dormir solo. Y así todos sus días, del callejón al café, y del café al cuarto en silencio. Solo con sus letras.

 

 

 


    Es el aire nostálgico y bohemio que se respira en esta ciudad. Calles normalmente mojadas, canales de agua quieta, bicicletas, grandes cristales y alguien detrás de ellos, que lee y degusta un té (o puede que un vino español). Un lugar para artistas y amigos de la melancolía.


    Y en consonancia con la tristeza de los días lluviosos, suelo pasear hasta la KIT library, un centro independiente para el conocimiento en áreas cooperación internacional e interculturalidad. Aunque queda un poco alejado del centro, merece la pena pedalear hasta este edificio majestuoso, cuyo interior impresionaría a la mismísima reina Victoria. La sala de lectura, pequeña y secreta es como un club de caballeros inglés. Su forma hexagonal permite ver las ramas de los árboles, que rodean la casa, moverse con el viento en todas direcciones. Sus paredes forradas con estanterías de madera oscura, hasta el techo, albergan interesantes artículos escritos en todos los idiomas posibles.       


 

        «Dicen que una ciudad se mide por la grandeza de sus jardines. Aquí surgen por doquier. Los rincones verdes invaden las calles asfaltadas, desde el Westerpark al céntrico Vondelpark del barrio de los museos».


    Pero ya había dicho que hoy hace sol. Un día de verano atípico, aquí en el Norte. Y la gente ha salido a los parques. Celebran la luz con pic-nics, colgando banderitas de un árbol a otro, tumbados en la hierba o con los pies metidos en algún estanque o lago.

 

    Dicen que una ciudad se mide por la grandeza de sus jardines. Aquí surgen por doquier. Los rincones verdes invaden las calles asfaltadas, desde el Westerpark al céntrico Vondelpark del barrio de los museos. Y desde el gigantesco Amsterdamse Bos al casi secreto Erasmuspark.

 

    Por eso, si eres un potencial visitante, debes saber que Ámsterdam es mucho más que Van Gogh, Rembrandt, Anna Frank y fulanas tras cristales rojos. Ámsterdam es luz y oscuridad. Pero atractiva en todas sus acepciones. Una ciudad para perderse y encontrarse en los mapas que no vende ningún guía turístico.


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Pies de foto:


[Todas las imágenes] Sara Arroyo (2012) Amsterdam, ciudad de luz y sombras.

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