¿La relatividad es relativa?
El contexto económico en el que estamos inmersos, propicia la propagación de la doctrina del shock a escala global. Dogmáticos-predicadores aprovechan los estados de conmoción engendrados para alzar sus voces y propagar falsas verdades. Hoy más que nunca, apoyados en la complejidad de la realidad y en nuestro subjetivo y escaso conocimiento para comprenderla, debemos defender al ser humano e intentar poner freno a las atrocidades imperantes.
Más que un artículo, esto bien podría ser una conversación con un buen amigo en una noche de primavera en un luminoso patio andaluz. Como ves, el escenario es inmejorable así que ponte cómodo. El caso es que empezaré contándote tres sucesos que he tenido la suerte de poder vivir y que me han resultado muy útiles, en múltiples aspectos, a la hora de pensar acerca de mi vida. Enlazaré estos sucesos con dos frases que, en mi opinión, son geniales y continuaré con una breve reflexión sobre el ínfimo grado de desarrollo de nuestra sociedad; para finalmente, sirviéndome de nuestro subjetivo y escaso conocimiento para descifrar la realidad, defender por qué para mí primero existe uno como persona/parte de la naturaleza y en otro plano las ideas.
Durante mis dos primeros años en Valencia tuve como vecino a José. Éste era un militar retirado, que se licenció en la duodécima promoción de la Academia General Militar de Zaragoza, llegando a ocupar el cargo de coronel del ejército de tierra. Era un hombre robusto, con voz penetrante y franquista convencido. En una de las múltiples conversaciones que mantuvimos en esos dos años me contó cómo él, a la edad de nueve años, junto con su madre y sus dos hermanos menores tuvieron que ir desde Albacete hasta Burgos a pie, sin nada más que con lo puesto. Huelga decir la cantidad de penurias que sufrieron durante su transcurso. Este viaje se produjo porque tras el fusilamiento de su padre a manos del ejército republicano no tenían nada para subsistir. ¿El motivo de este fusilamiento? Negarse a besar la bandera republicana española que al ser militar, ya había jurado y besado en su día.
Durante mi tercer año en Valencia conviví con Clara. Se trataba de una mujer de cincuenta y tantos años, divorciada y con dos hijos de 23 y 32 años respectivamente. Ambos presentaban una misma enfermedad perteneciente a la familia de enfermedades calificadas como raras. Una mujer luchadora donde las haya y extremadamente católica. Un día le pregunté que por qué era tan creyente. Para contestarme me comentó, a grandes rasgos, cómo había sido su vida. Se casó con veintidós años y al año tuvo su primera hija, a la que le diagnosticaron la enfermedad tras nacer. Esta enfermedad, a principios de la década de los ochenta, era completamente desconocida (su hija, a día de hoy, es la persona con mayor edad que posee esa enfermedad a nivel mundial). A los pocos años, para que cuidara y acompañara a su hija, decidieron tener otro hijo sin saber que ella y su marido eran portadores del gen que causaba dicha enfermedad. A consecuencia de la enfermedad de sus hijos y de los trastornos que estos implicaban para la familia, se originaron tensiones cada vez mayores en su matrimonio, llegando a ser habituales los malos tratos psicológicos, aunque nunca físicos. Tras contarme todo esto, con muchos más detalles, me dijo que después de todo este asunto (tener a sus dos hijos con una enfermedad muy grave y sufrir constantemente malos tratos psicológicos por parte de su marido), estaba convencida de que alguien la estaba ayudando a continuar con su vida y sacar adelante a sus hijos y que para ella ese alguien era Dios.
«Lo que quiero decirte con todo esto es que nuestro pensamiento está enormemente influenciado por nuestro entorno, donde la adopción de ideas radicales guarda una relación directa con la vivencia de situaciones extremas».
Finalmente, durante mi cuarto año en Valencia, estuve conviviendo con una familia. La familia estaba formada por una madre y tres hijos de 22, 31 y 33 años. Curiosamente esta mujer también se llamaba Clara y estaba separada. Desde el primer momento lo que más me llamó la atención fue el odio que su hijo mediano mostraba hacia los árabes. Un muchacho inteligente, tranquilo y que trabajaba muchos fines de semana como voluntario en la Cruz Roja. ¿Cómo podía tener ese sentimiento de odio tan profundo que emergía desde lo más profundo de su ser? Un día que estábamos Clara y yo solos en la casa, me relató cómo durante treinta años había sido maltratada física y psicológicamente por su marido, que era de origen sirio, y cómo su hijo mediano había sido durante muchos años testigo de esos maltratos, e incluso maltratado física y psicológicamente por su padre. Para concluir su relato, en un suspiro me dijo: «Los golpes ya me daban igual, lo que me hacía daño era el maltrato psicológico y los traumas que le estaba produciendo a mi hijo».
En una de las numerosas ocasiones en las que reproduje mentalmente estas tres conversaciones que me han marcado, me acordé de la frase de Ortega y Gasset: «Yo soy yo y mis circunstancias…». Me planteé que la defensa del régimen franquista, el catolicismo y su práctica y el odio al mundo árabe eran posturas que difícilmente podría defender en mi vida, es más, hoy por hoy no defiendo ninguna. Sin embargo me pregunté, intentando ser lo más objetivo posible: ¿Qué posición adoptaría si hubiese estado en la situación de algunas de estas tres personas? Tras pensar en esa pregunta detenidamente durante bastante tiempo, llegué a la conclusión de que con una probabilidad elevada me habría comportado igual que ellos. Lo que quiero decirte con todo esto es que nuestro pensamiento está enormemente influenciado por nuestro entorno, donde la adopción de ideas radicales guarda una relación directa con la vivencia de situaciones extremas.
Por suerte y por desgracia, he podido iniciar el estudio de una materia que pertenece a las ciencias sociales: la Economía. Digo por desgracia, porque todo el que ha estudiado alguna ciencia social es muy probable que haya percibido lo imprecisas y complejas que son. Una cita de Juan Hernández Andreu, Catedrático de Economía de la universidad Complutense de Madrid, resume perfectamente lo que trato de decir: «Cada vez es más acuciante para los núcleos sociales y particularmente para los economistas conocer o predecir la tendencia de los principales indicadores económicos de los países y la coyuntura económica internacional. Este empeño es arduo y, hasta el momento, la Teoría económica no tiene respuestas satisfactorias […]». Y digo por suerte, porque el razonamiento anterior es perfectamente válido para desenmascarar a los dogmáticos- predicadores, auténticas garrapatas, que impulsados por su soberbia producto de su infinita estupidez, se nutren del desconocimiento del receptor para que éste actúe en su beneficio. Como ejemplos de este tipo de comportamientos estúpidos tenemos las crisis de 1929 y 1973. La primera fue una crisis de demanda. Tras realizar estudios sobre el escenario económico, se llevaron a cabo políticas monetarias contractivas (deprimen aún más la demanda y, por tanto, acentúan la crisis). En la crisis de 1973, que fue una crisis de oferta, tras realizar los estudios necesarios, se llevaron a cabo políticas monetarias expansivas (acentuaron el incremento de los precios y agravaron aún más la situación).
La complejidad del estudio de estas ciencias con los instrumentos que disponemos hoy en día, nos muestra nuestro grado de desarrollo actual y el largo camino que nos queda por recorrer. A su vez, esta misma complejidad nos debe servir de arma para poder desenmascarar a los dogmáticos-predicadores; que nos venden recetas mágicas repitiéndolas hasta la saciedad en los medios de manipulación de masas. «Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad» decía Joseph Goebbels. «Cuanto más desmiente la realidad las certidumbres del tecnócrata y la soberbia del planificador, más urgente resulta recurrir a la libertad creadora del individuo» decía Fernando Ainsa.
«Lejos de ser mínimamente objetivo, nuestro pensamiento está enormemente influenciado por nuestro entorno y por factores que en muchas ocasiones nos vienen impuestos».
Lejos de ser mínimamente objetivo, nuestro pensamiento está enormemente influenciado por nuestro entorno y este factor que en muchas ocasiones nos es impuesto. Además, puede empujarnos a que defendamos comportamientos o acciones difícilmente comprensibles. Si a este pensamiento, extremadamente subjetivo, le añadimos nuestro escaso conocimiento, reflejo perfectamente nítido de las limitaciones de nuestra civilización para comprender la realidad, entenderás por qué más arriba te dije que primero me importa persona/ parte de la naturaleza y luego las ideas (tus ideas).
En una entrevista de Jesús Quintero a Arturo Pérez Reverte le preguntaba: «Pero las guerras se hacen por ideas o por dinero, ¿no?» La respuesta fue: «Las guerras se hacen porque te engañan». Estoy completamente de acuerdo. Dos conceptos me vienen a la cabeza al aceptar esa respuesta. El primero ira. Ira porque a raíz de una interpretación de la realidad radical, subjetiva y en muchas ocasiones sin fundamento empírico, unos pocos arrogantes, estúpidos y garrapatosos no dudan en bombardear indiscriminadamente a la población con falsas verdades, eso sí, envueltas en una retórica sublime. Aprovechan los estados de conmoción engendrados tras la sucesión premeditada de acontecimientos de consecuencias descomunales. Esa conmoción supone para la población, que en la mayoría de los casos ya había sido explotada sistemáticamente, una carga gigantesca. Por tanto, impulsados por el sueño de que el rumbo de sus vidas cambie, a peor no se puede ir, no dudan en creer a estos dogmáticos-predicadores. ¿Acaso Hitler habría llegado al poder si Alemania hubiese resultado victoriosa de la primera Guerra Mundial? Probablemente no. El segundo concepto es tristeza. Tristeza porque aquellos que matan o son asesinados por una idea, no se dan cuenta de que el pilar de la «nueva sociedad» que desean descansará en la muerte y en definitiva, en el predominio de unas ideas subjetivas producto de un conocimiento extremadamente limitado de la realidad.
Del tesón y del esfuerzo por intentar comprender la realidad, nace mi convencimiento de la imposibilidad, hoy en día, de concebirla. No obstante, esta reflexión me es de gran utilidad para denunciar a aquellos que dicen poseer la verdad, y en nombre de ésta, no dudan en embestir sistemáticamente contra la naturaleza y, por tanto, contra la propia humanidad. «A la realidad le gusta esconderse» decía ya por entonces Heráclito. Y llevaba razón.
*Este artículo ha sido corregido y rediseñado por Xisco García.
_______________
Pies de foto:
[Imagen principal] Inma Lorente (2012) ¿La relatividad es relativa?
Bibliografía:
HERNÁNDEZ ANDREU, J. (1999). Del 29 a la crisis asiática. Madrid: Ed. Complutense.
Por Xisco Garcia, 17 mar 2012, en Música.