El Barrio de las Maravillas
SOCIEDAD

El Barrio de las Maravillas

Velarde y Daoizsegún cuenta la historia, fueron dos héroes militares que murieron el 2 de Mayo en el levantamiento contra las tropas francesas junto a otros muchos ilustres anónimos madrileños, como la joven y popular Manuela Malasaña. Ahora, frente al original arco de Monteleón ven la vida pasar, que fue lo mismo que perdieron aquel día de primavera de 1.808. Desde 1.932 son los cronistas mudos del Barrio Maravillas, Universidad o Malasaña, tres maneras de nombrar a nuestro barrio. Sin envejecer, asisten al cambio que sufre el mundo al paso agitado de los tiempos. Ellos nos ven amar, perder, luchar... En definitiva, nos ven VIVIR.

 

    Han visto cómo tras la proclamación de la República, grandes banqueros que reunían a la flor y nata de la sociedad madrileña en las lujosas estancias del Palacio Bauer, empezaban a aglutinar fracasos económicos a la par que grandes obras de arte en sus viejos salones de baile. También cómo caían bombas del cielo en los tristes años de la Guerra Civil y de cómo los vecinos aguantaron con estoicismo tres años de bombardeos de la aviación nazi. Fueron testigos de la conversión del barrio en una gran cárcel. Miguel Hernández suplicaba versos desde las rejas de Conde De Toreno donde cruzó frágiles miradas con Buero Vallejo. Marcelino Camacho lo hacía desde el convento de las Comendadoras, preso de sus sueños utópicos de joven sindicalista.

 

    Cuando las calles se quedan vacías, resuenan bellas letras de Rosa Chacel o Emilia Pardo Bazán, que colmaba su casa de pensadores y artistas que enriquecían y animaban las pensiones con corazones jóvenes y universitarios. Romances de virtuosos, pasiones y episodios negros dignos de una novela de Georges Simenon.  

 

    Desde su cárcel de mármol, las estatuas deben soñar con pasearse por las tabernas centenarias. En Casa Camacho todavía repican historias de las milicias republicanas que no nos cansamos de escuchar mientras nos sirven un «yayo» (bebida vigorizante compuesta por vermú, ginebra y casera). En La Ardosa nos tomamos la mejor tortilla de mundo para reponernos antes de mezclarnos con la juventud en nuestro querido Palentino. Esa misma juventud que a finales de los años 70 tenía anhelo de soberanía, de ser y de celebrar la vida. Habían llegado los despertares. La Movida y Malasaña. Las crónicas apelan a los nostálgicos que gastaban neuronas y sustancias contraculturales en el Penta o en la Vía Láctea mientras asistían a las memorables sesiones de Juan de Pablos y a los conciertos de Los Negativos, Los Mockers y tantos otros... Nueva ola madrileña, el cine Undrengroundlas chicas del Drugstore y las primeras hornadas de punk tomaban la temperatura del país en el alma de Madrid.


 

    El barrio me acoge estos años en un hogar luminoso, rodeado de conventos y lleno de vida y  música. Me encanta pasear por él los sábados por la mañana, cuando todavía las calles andan confusas entre los que se resisten a dejar la noche atrás y los que comenzamos un nuevo día buscando los rayos de sol que se reflejan tímidos en los azulejos de la antigua pollería y la farmacia.  Será verdad eso que dicen que uno se siente parte, que no se siente extraño. Una rara sensación de «ser de aquí» que nos pasa a los que «somos de fuera».

 

    En definitiva, los barrios, al igual que las personas, van forjando su personalidad y condición a lo largo de su vida a través de los hechos que han acontecido en ellos, las gentes que han trasnochado y vivido en sus calles, de las historias sabidas y las historias clandestinas en cada una de sus rincones. Todos los que pasamos por él vamos impregnado un poco más sus viejas piedras, decolorando sus alegres fachadas. Continuas idas y venidas, pero el barrio siempre permanece vivo, testigo mudo de nuestras historias, de nuestros sueños y esperanzas, de nuestra mundana lucha por dejar alguna huella de nuestro paso, aunque sea pequeña. La de un pie pequeño de una persona pequeña.  

 

    Ahora contemplo con miedo y esperanza los viejos colmados y comercios que luchan por sobrevivir con leyes más duras que las de Napoleón Bonaparte. Como la preciosa alpargatería Antigua Casa Crespo en la calle Divino Pastor, leal a la historia y calzando a las gentes de provincias con esmero desde 1.863. Un lugar mágico lleno de alma familiar e historia… Viejos de renta antigua seguirán conviviendo con jóvenes incansables. Seguiremos buscando tesoros en forma de vinilos en la preciosa tienda de discos Big Mamma y descubriendo historias en cada una de sus estrechas calles, tolerando y aprendiendo del otro, saboreando lugares del mundo en sus castizos cafés.

 

 

    Soñadores y nostálgicos de todo el mundo forjamos  juntos un presente cargado de tradición y modernidad que hacen a Malasaña ser el corazón y el alma de Madrid. Y de Madrid ya se sabe, quizá al cielo…

 

_______________

 

Pies de foto:


    [Imagen principal] Silvia García (2014).


    [Segunda imagen] Silvia García (2014).


    [Tercera imagen] Silvia García (2014).



Volver al número actual
Comentarios