El problema de escribir bien
La hiperinformación, los dispositivos móviles y las redes sociales han hecho que prime más la inmediatez que la ortografía. Escribir bien parece secundario cuando se puede entender lo escrito, porque erróneamente, está en el imaginario popular que la corrección de estilo es cosa de escritores y periodistas, y los que no lo son se preguntan ¿para qué molestarse en buscar una palabra en el diccionario para escribir un mensaje en twitter?
Cuando escribir bien es un problema algo falla en la educación y en la importancia (o la insignificancia) que se le da al lenguaje.
Quizá las reglas de escritura básicas, esas que todos aprendemos en el colegio, sean demasiado difíciles de aprehender y seguir, sobre todo cuando hay mil y una excepciones, pero hay que pensar que como pasa con las reglas de tráfico, están ahí para que se cumplan. Si todos escribiéramos como nos pareciera, igual que si todos condujéramos sin ton ni son, acabaríamos chocando y haciendo que la circulación y la comunicación fueran un caos.
Es cierto que muy de cuando en cuando, los académicos se sacan una nueva regla de la manga y los que ya no estamos en el colegio tardamos en aceptarla o asumirla. Pero desconocer la norma no nos exime de su cumplimiento.
Peor es incluso saltarse las normas conociéndolas perfectamente. «Porque no me van a pillar», piensan algunos al saltarse una coma o al dejar de tildar una palabra. Y aunque parezca exagerado, estos rebeldes de la gramática acaban un día sin saber si esa palabra que empezó a escribir un buen día sin hache, la llevó realmente alguna vez.
En parte, el origen de esta tendencia estuvo en aquellos SMS con los que queríamos decir lo máximo sin necesidad de pagar por un segundo envío. Aunque los servicios de mensajería instantánea sean gratuitos hoy en día, la sustitución o la omisión de caracteres sigue siendo la tónica habitual de muchos cuando quieren comunicarse de una forma rápida con alguien a través de un medio electrónico. Ahora que el espacio o el precio no es excusa puede más la urgencia, la necesidad de una respuesta rápida antes que las ganas de escribir bien.
Ahorrar segundos parece ser vital para hablar por whatsapp, sin pensar que precisamente escribir mal puede hacer que una persona pierda interés en seguir hablando con nosotros. Porque a veces se pueden saber muchas cosas, buenas y malas, por cómo escribe una persona. Dime como escribes y te diré cómo eres.
Y mientras, nos empecinamos en aprender otros idiomas pensando que por ser hispanohablantes nativos sabemos expresarnos correctamente en el nuestro y, como si nos viniera corto nuestro léxico, incorporamos palabras de otros idiomas a nuestra escritura sin molestarnos en buscar en un diccionario si hay un equivalente en español para ese vocablo.
Adaptamos también normas de otros idiomas como la no inclusión de la primera parte de la interrogación o exclamación porque pensamos que así somos más internacionales. Y por paradójico que parezca, reivindicamos el uso de la eñe, porque consideramos que este lexema es un rasgo distintivo de nuestro idioma.
Hacer el lenguaje más sencillo, como pretendía Juan Ramón Jiménez eliminando la ge de su diccionario, es seguramente la excusa que los infractores ortográficos alegan cuando los pillan en una de sus temeridades léxicas. ¿Pero me has entendido, no? Dicen otros.
También, están, por último, los que sencillamente parece que escriben mal como signo de rebeldía.
De nada sirven los avances de la denominada tecnología de la información si cada vez nos comunicamos peor y le damos menos importancia al modo en el que lo hacemos. Escribir bien supone poco esfuerzo si lo comparamos con el perjuicio que podemos provocarle al lenguaje y a la comunicación entre los que tenemos un mismo idioma. Es preferible que hagamos evolucionar al lenguaje y adaptarlo a los nuevos medios, a que los nuevos medios hagan que el lenguaje se adapte a ellos, sobre todo si es para peor.
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Pies de foto:
[Imagen principal] Joaquín Aldeguer (2015).
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Por Marta Eulalia Martín, 30 mar 2015, en Cultura.
Por Ángeles Díaz, 30 mar 2015, en Arte.
Por último, la lengua está viva y es propiedad de sus hablantes, no de la Academia. Los ingleses no tienen Academia de la lengua, y no parece que les haga mucha falta. Y palabras en inglés norteamericano con ortografía distinta al inglés británico, y nadie pone el grito en el cielo por que sea un uso "incorrecto".