Inmarcesible, lo que nunca se marchita
SOCIEDAD

Inmarcesible, lo que nunca se marchita

    Todas las mañanas lo mismo. Mismo minuto en el despertador. Misma sintonía. La primera mirada siempre es hacia la ventana, ¿llueve? me pregunto. En realidad me encantaría que amaneciera nevado, como aquella mañana de noviembre del año pasado, cuando los tejados de Madrid recordaban con añoranza sus años sepia de villa. Voy a la ducha rezando para que no se haya vuelto a estropear el agua caliente y delegando en ella el momento de empezar a ser persona en algún momento de la mañana.

 

    Todo, aunque no sea consciente, está perfectamente cronometrado. Soy una autómata de la reincidencia, un robot del tiempo controlado. Vuelvo a rezar para que no esté ocupado el ascensor cuando salgo de casa, también lo hago cuando llego al metro y miro con miedo el panel con los minutos de espera... Sin margen de error, todo inspeccionado, todo medido, sin alma, con sentido pero sin sentimiento.

 

    Con suerte llego a menos dos minutos al trabajo. Siempre el mismo sitio, las mismas vistas, los mismos saludos, las mismas caras y los mismo protocolos funcionales. Siempre hay algún momento para la risa sumergida en olor a café...

 

    Entonces pienso en lo que no quiero que se acabe nunca, y me doy cuenta que todo eso es lo único que perdura, que se diluye en el pasar de los días vividos. Lo que importa de verdad: los olores, los recuerdos, las fotos y las historias enmarcadas en ellos, un código secreto de humor, cocinar para alguien, comer con alguien, los abrazos inmensos, las emociones, los viajes, la música y lo que provoca en los poros de la piel, aprender, crecer, compartir la vida, envejecer, cambiar, aceptar, amar y sufrir...

 

    Ayer cambié el camino de vuelta a casa, elegí otra salida de metro. Todavía coleaban algunos rayos de sol y los comercios de la calle Noviciado animaban con sus luces las viejas aceras. Aún olía a pescado, y en los bares se empezaban a echar cañas deseosas de primavera. Los ojos se me abrieron de par en par; todo eso no pasa siempre, no queda en la languidez de la redundancia. Es tan simple como elegir otra salida.

 

    Día tras día, se consume el tiempo. Todo perece, todo pasa, todo se olvida. Todo menos lo inmarcesible: Aquello que no se marchita jamás...


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Pies de foto:


    [Imagen principal] Silvía García (2015). 

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